domingo, 7 de marzo de 2010

¡Rosario sí! ¡Tijeras no!

Jaime Jaramillo Panesso

El Mundo, Medellín

Marzo 7 de 2010

De una novelita escabrosa, los libretistas de RCN televisión han montado un culebrón detestable moralmente. Por supuesto se trata de Rosario Tijeras, con sus escenarios rodados en Medellín y apropiándose del habla popular de los malévolos, léxico que en buena medida se ha convertido en una especie de dialecto coloquial. El nombre femenino de Rosario es común en nuestro medio y proviene de la advocación a María, madre de Jesús, en el rezo del rosario de los creyentes católicos. Este rezo se caracteriza por la repetición de una oración mariana contabilizada en la camándula y encasillada en varios “misterios” proclamados al aire libre y en comunidad.

Mientras esto pasa en la televisión colombiana, en las comunas y barrios populares de Medellín se sienten los efectos del pacto de no agresión o tregua que acordaron los combos y bandas desde el 1 de Febrero. Una disminución de homicidios se expresa en las estadísticas, si se hace el ejercicio de separar los casos de homicidios inter bandas y los “ordinarios”. El pacto entre bandas no va a ser firmado ante un notario, ni se eleva a escritura pública, como lo perciben los leguleyos. Sirve de entrada para salvar vidas. Eso es lo sustantivo y lo humanitario logrado con la palabra y la confianza en un grupo pequeño de personas que actúan como parte de la sociedad civil, que se atreve a proponer que la ciudadanía del común tiene obligaciones éticas y políticas ante una violencia decretada por altos mandos invisibles de esas organizaciones, sin desconocer la obligación legal que tiene el estado de perseguir y capturar a quienes delinquen. La acción preventiva y la represiva de la policía con sus planes especiales es buena parte de lo positivo en esta coyuntura.

La Arquidiócesis de Medellín, en cabeza del arzobispo Alberto Giraldo Jaramillo (y ojalá también el sucesor, el obispo Ricardo Tobón), alzó el estandarte de este principio: trabajar por la vida de tal manera que disminuyan los homicidios y se abra el camino de la convivencia. Para cumplir con esta meta, se convoca por los párrocos a sus feligreses, en especial a las familias de integrantes de combos para que refuercen la tregua indefinida. Dicho llamamiento es amplio, ecuménico, pluralista, donde el rosario es un instrumento de la religiosidad popular. Y a fuer que poco a poco crea una barrera de contención civil a los descarriados. Hubiera sido eficaz, muy eficaz, un apoyo silente de las autoridades, para que el grupo de ciudadanos por la vida alcanzaran mayores niveles de exploración y acercamiento.

Un indebido proceso de descalificación ha puesto en peligro esta alternativa de convivencia, una modesta e incipiente experiencia humanitaria. Por esta razón no se han obtenido mejores resultados. Sin embargo ahí está el art. 95 de la Constitución que consagra como deber de todo ciudadano trabajar por la paz y defender la vida como derecho fundamental. Esa obligación de los civiles no necesita permiso de nadie. Es un mandato de la Carta fundacional del estado, un compromiso ético que no puede incumplirse por amenazas o declaraciones de asépticos y bondadosos burócratas.

Ahora bien, si la defensa de la vida se hace con el rosario de los católicos y con el apoyo civil de otros credos y de quienes no tienen credo alguno, y potencian esta labor humanitaria, se podrá alzar una bandera de los antioqueños, ofendidos y humillados, de las mujeres escarnecidas por los libretistas y productores de un agresivo, violento tele novelón. Una bandera, una consigna que diga: ¡Rosario si! ¡Tijeras no! Una pregunta final para los radicales y fanáticos del garrote: ¿Quién peca más? ¿El que mata por la paga o el que paga por matar?

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