viernes, 12 de marzo de 2010

Triángulo terrorista

Álvaro Valencia Tovar

El Tiempo, Bogotá

Marzo 12 de 2010

La globalización que ha traído para la humanidad beneficios inestimables en muchos campos también ha significado la universalización del delito en múltiples formas y la corrupción contagiosa de sociedades y Estados. El poder de la información, útil para divulgar hallazgos científicos, eventos deportivos y actuaciones positivas de gobernantes y naciones, enseña también lo negativo del crimen y cómo cometerlo con la sofisticación requerida para eludir la acción de la autoridad.

Quizá el terrorismo ha sido la forma delictiva que en mayor medida ha recibido el impulso y el contagio perverso de la globalización, con el agravante de la clandestinidad que favorece la interrelación entre agrupaciones terroristas, identificadas en los objetivos de ruptura, así una vez alcanzados los fines propuestos sigan rutas diferentes.

La segunda mitad del siglo XX registra la mayor intensificación histórica del terrorismo y su propagación en los países afectados por conflictos verticales de pueblos y Estados, con no pocas apariciones en guerras internacionales. Los anarquistas de comienzos del siglo hicieron del terror una de las manifestaciones favoritas de su nihilismo demencial. Gavrilo Princip, conspirador bosnio contra el dominio del Imperio Austrohúngaro, al asesinar a tiros al archiduque austriaco Francisco Fernando, heredero del trono, y a su esposa proporcionó el detonante que lanzaría a Europa la tremenda hecatombe de la Primera Guerra Mundial.

Desde entonces cobró vigencia universal el magnicidio político que, junto con otras formas de aplicar el terror, se convirtió en práctica mundial, principalmente en sociedades insatisfechas donde el comunismo internacional recurría a las luchas insurreccionales como forma de propagación ideológica.

Colombia ha sido uno de los países más afectados por tal globalización. Al desarrollo autóctono de formas terroristas se han añadido los servicios de mercenarios extranjeros, israelíes y de otros países, que transmitieron sus conocimientos y experticias tecnológicas a los terroristas criollos de las Farc, y de estas se extendieron a otras organizaciones subversivas. Se sabía, o al menos sospechaba, de contactos secretos entre la Eta vasca y las Farc, pero solamente ahora se ha penetrado en la realidad de esta alianza, traducida en intercambio de procedimientos y técnicas. Los autonomistas vascos han instruido a los insurrectos colombianos en técnicas electrónicas para explotar artefactos explosivos a distancia, entre estas los teléfonos celulares. Y los nuestros, ciertos recursos más elementales pero no menos dañinos como los cilindros de gas rellenos de sustancias explosivas y trozos metálicos complementados con elementos infecciosos para hacer más letales sus efectos.

Lo grave en nuestro caso es que el gobierno venezolano propicia el intercambio, que de desarrollarse en la clandestinidad hallaría obstáculos insuperables. Al tener territorio y cobertura oficial, pueden lograr sus propósitos sin mayores riesgos. Pese al secreto provisto por el gobierno venezolano, es un juez español el que ha puesto al descubierto el asunto, denunciándolo públicamente, en forma tal que movió al Jefe de Gobierno de España a pedir explicaciones al presidente Chávez. Este, con su acostumbrada grosería y agresividad, ignorando normas universales de la relación entre gobiernos, declaró que él no tiene por qué dar explicaciones a nadie.

En forma, por fortuna prudente, el presidente Álvaro Uribe se ha abstenido de tomar parte en la querella. En momentos en que el restablecimiento de relaciones comerciales y diplomáticas avanza dificultosamente, cualquier intervención colombiana frente al triángulo terrorista resultaría contraproducente. E inútil, como lo demuestran experiencias pasadas.

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