domingo, 18 de octubre de 2009

El Tío Sam en harapos

Enrique Santos Calderón

El Tiempo, Bogotá

Octubre 18 de 2009


Mendigos vestidos de Tío Sam piden limosna en las calles de Washington. La gente aplaude en Nueva York la película recién estrenada de Michael Moore (Capitalism: a love story), una feroz diatriba contra la banca de inversión. Niños en un comercial de televisión prestan juramento escolar, pero no a la bandera sino "a la deuda de América, al gobierno chino que nos presta la plata y a los intereses que pagamos, con mayores impuestos y menores salarios, hasta el día de nuestra muerte".

Son escenas tragicómicas que reflejan el extraño ánimo anticapitalista que recorre a Estados Unidos. Lo capté en las amargas carcajadas y esporádicos aplausos en un cine neoyorquino durante la película de Moore. Y en las polémicas diarias en los medios sobre el desempleo que no cede y la economía que no arranca; sobre cómo bancos y conglomerados buscan eludir toda regulación de sus actividades y sobre las multimillonarias bonificaciones que siguen recibiendo altos ejecutivos que contribuyeron a la quiebra de sus empresas.

El crash del 2008 abonó una palpable indignación pública con los excesos e inequidades de un sistema económico que despojó a millones de personas de casas, trabajos o ahorros, sin afectar a la cúpula inversionista que presidió la debacle. Malestar social agravado por el hecho de que la derecha política (en buena parte responsable de la crisis) pretende ahora canalizar este resentimiento ciudadano contra el gobierno de Barack Obama, porque quiere más control sobre las corporaciones financieras y más protección de los pequeños consumidores.

Este miércoles, la reforma financiera de Obama tendrá su primera prueba de fuego en el Congreso, donde el poderoso lobby bancario trabaja furiosamente para diluir cualquier regulación. Y es difícil creer que, después de la catástrofe económica que propiciaron y de las billonadas que han recibido, estos mismos grupos estén confabulados para impedir que el Estado que los sacó de la olla con la plata de los contribuyentes los pueda vigilar mejor.

"¿No tienen vergüenza los bancos?", se preguntaba esta semana un analista de The New York Times, para quien resulta no solo inconcebible sino inmoral que, con todo lo que le deben al país por los dineros públicos recibidos, los bancos puedan oponerse a normas de protección para sus clientes.

Otro tema que enardece a la opinión son las extravagantes compensaciones a los ejecutivos corporativos. No sin razón. En 1965, un presidente de compañía recibía en promedio 24 veces más ingreso que un empleado corriente. En el 2007 recibía 275 veces más. Duro de tragar, en tiempos de austeridad y recortes.

Los casos abundan, a cual más increíbles. El presidente de la Chesapeake Energy, por ejemplo, recibió 112,5 millones de dólares en bonificaciones en el 2008, mientras las acciones de la companía caían 40 por ciento. ¿Y qué tal los 170.000 millones que puso a finales del año pasado el gobierno para salvar de la bancarrota a la aseguradora AIG, que procedió a repartirles "compensaciones" por 175 millones a sus ejecutivos financieros? Recuerdo que el recién elegido Obama puso el grito en el cielo.

"Estos tipos están contribuyendo más a destrozar el capitalismo que el propio Marx", dice esta semana The New Yorker. "La verdadera guerra cultural hoy en Estados Unidos no es sobre el aborto o el matrimonio gay, sino sobre el capitalismo", opina The Economist.

Más de 40.000 maestros fueron despedidos en el último año en Estados Unidos. La tasa de empleo entre hombres de 17 y 29 años es la más baja en 60 años. La gente de la calle no siente que la economía se esté recuperando. En este clima de rabia y pesimismo, la película del irreverente Michael Moore dio en el clavo.

Calificado como "un coctel molotov lanzado al corazón de Wall Street", el documental de este populista de cachucha de béisbol no deja títere con cabeza. Basta conocer sus anteriores denuncias fílmicas (Columbine, Farenheit 9/11, Sicko) para imaginar cómo la enfila contra los malos del paseo: los banqueros y los congresistas a su servicio.

Tras esta cinta, descaradamente demagógica, no sorprendería que hoy haya más de un gringo dispuesto a repetir con el dramaturgo marxista Bertold Brecht que "peor delito que robar un banco es fundar un banco". Quién lo creyera.

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