Enrique Santos Calderón
El Tiempo, Bogotá
Enero 31 de 2010
Renuncia de ministros y altos funcionarios, inflación galopante, delincuencia desbordada, racionamientos eléctricos, popularidad en declive, protestas por el cierre de RCTV... Con razón muchos hablan del irremediable desplome de Hugo Chávez. Pero ojo: no hay que pensar con el deseo cuando del caudillo bolivariano se trata. Todas las cuentas alegres en este terreno han salido costosas.
Síntomas de deterioro no faltan, pero el hombre sigue atornillado. Y entre más emproblemado, más radicalizado. Al punto de que cada semana produce algún hecho que acerca más a Venezuela a un punto de no retorno. La expropiación de Éxito y la clausura del canal RCTV, para hablar de los más recientes, reflejan bien el muy acelerado ritmo que le está imprimiendo a su obsesión por imponer en Venezuela un socialismo autoritario inspirado en el "modelo" cubano.
Dos medidas que de alguna manera se complementan, pues fortalecen el control oficial sobre dos áreas estratégicas para la consolidación de su proyecto: la economía y la información. En la primera, la devaluación del bolívar "fuerte" hace tres semanas fue pretexto perfecto para iniciar el "asalto final" contra los medios de producción privados y acelerar la transición total al socialismo. En lo informativo, la salida del canal RCTV es otro paso de fondo en la política de silenciar progresivamente a los medios informativos independientes y cimentar las bases de un pensamiento único.
A Chávez hay que abonarle que no disimula sus intenciones. Cada medida que toma es consecuente con su objetivo final. No importa que pisotee las leyes y la propia Constitución por él promovidas. Problema menor, cuando se ha copado de tal manera el poder judicial y legislativo. Y cuando desde el Ejecutivo se puede reprimir tan descaradamente la disidencia política. Triste, pero cierto: a la vista de todo el Hemisferio están desapareciendo en Venezuela elementales garantías ciudadanas, como el derecho a la defensa o al debido proceso.
Una de las expresiones más tenebrosas del clima reinante es el matonismo oficial. La forma como esbirros del Gobierno agreden, en la calle o en los estadios, a quienes se atreven a protestar. Sucedió en estos días con los jóvenes golpeados por desplegar la pancarta que decía: "Luz, Agua y Seguridad: 3 strikes. ¡Estás ponchado, Presidente!". O con la joven que se atrevió a mostrar un aviso alusivo a RCTV. Si esto sucede con expresiones tan inofensivas de inconformidad, ¿cuál puede ser el futuro de la libertad de expresión en Venezuela?
¿Y hasta cuándo le durará la cuerda a Chávez? ¿Dónde está el punto de quiebre? Caracas es la ciudad más insegura de América y Venezuela el país más caro del mundo. Con corrupción rampante, inflación que puede llegar al 45 por ciento este año y racionamientos de luz y agua que han erosionado la imagen presidencial. Pero, al mismo tiempo, con una liquidez petrolera que todo lo tapa, una capa popular adicta al paternalismo estatal, una oposición aún desvertebrada y un caudillo carismático con plenos poderes.
Así las las cosas, el colapso del chavismo no se anuncia tan inminente como imaginan algunos. Consuela pensar que "no hay mal que dure cien años ni pueblo que lo resista". Pero el desenlace del drama venezolano no está a la vuelta de la esquina.
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Equivocada y peligrosa la propuesta del presidente Uribe de convertir a mil estudiantes subvencionados de Medellín en informantes de la Fuerza Pública. Después de lo sucedido con los 'falsos positivos' y su perverso esquema de incentivos, asusta pensar en los posibles efectos de semejante iniciativa.
Algo hay que hacer con el impresionante aumento de homicidios en la capital antioqueña (108 por ciento en el 2009), y es encomiable la preocupación constante del Presidente con la seguridad. Pero por ahí no es la cosa. Este remedio sólo agravaría la enfermedad.
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