Enrique Santos Calderón
El Tiempo, Bogotá
Febrero 14 de 2010
La imagen no puede ser más demoledora. O desoladora. Sobre la emblemática avenida Eldorado de Bogotá, la gran vía de entrada a la capital, descansan a medio hacer kilómetros y kilómetros de una paralizada troncal de TransMilenio.
El escándalo de los atrasos del Grupo Nule en la calle 26 sintetiza muchas de las fallas que tanto han golpeado la imagen del alcalde Samuel Moreno. En este caso, la imprevisión. La irresponsabilidad e incumplimiento de los niños Nule son absolutamente inaceptables, pero también la inacción del IDU. El atraso es hoy superior al 50 por ciento. Y en una obra clave para el puente vehicular deprimido han avanzado solamente un 1 por ciento. Si la Alcaldía sabía que la troncal no avanzaba, ha debido actuar a tiempo. Si no lo sabía y le explotó en las manos, estamos ante una grave ineficiencia en la gestión de la ciudad.
Es increíble que se haya fallado de esta forma en lo que Bogotá era ejemplo mundial: construir TransMilenios. El problema de la 26 es tan grave que el alcalde Moreno ni siquiera podría inaugurarla antes del final de su mandato, en diciembre del 2011. Con todo lo que este atraso implica para la fase III de TransMilenio y el Sistema Integrado de Transporte Público. Para no hablar del "primer hueco" de la línea del metro, que a la luz de lo sucedido ya suena a locura.
El director de Motor, José Clopatofsky, escribía que si hacer la calle 26 les quedó tan grande, que no se les ocurra pensar en el metro. Bogotá acaba de demostrar que no cuenta con una institucionalidad capaz de asumir semejante desafío. Basta mirar el descalabro en que hace años está enredado el IDU con unos simples andenes en la calle 116.
El problema de fondo es que en el país ya no parece posible construir grandes obras públicas. Todas demoran y cuestan el triple de lo proyectado. O terminan en ruidosos pleitos, donde casi siempre sale clavado el Estado. O sea, todos nosotros. Venalidad, politiquería, mal uso de los anticipos, deficientes diseños, carruseles de contratistas con empresas de papel, son rasgos de un viciado sistema de contratación que explica el escandaloso atraso de Colombia en infraestructura vial.
El grupo Nule, que gasta más en abogados que en ingenieros, ejemplifica estos males. Por más conexiones políticas, no es fácil entender que este consorcio familiar tenga más de 65 grandes contratos con el Estado (carreteras, acueductos, electrificadoras, etc.) y que sus tropiezos puedan perjudicar obras importantes en todo el país. La doble calzada a Girardot, por ejemplo, que ya tiene años de retraso y aún le falta el túnel de Sumapaz. O el propio túnel de La Línea, cuyos mayores contratistas también están enredados con el Grupo Nule.
Casos como el de la avenida Eldorado indignan justamente a una ciudadanía que los padece y los paga. Y que no entiende cómo pueden suceder. El Contralor de Bogotá lo atribuye en parte a que el conglomerado constructor era una "pirámide empresarial" que se alimentaba de los anticipos. Afirmación que promete desatar otra ruinosa batalla legal, según anuncian las primeras salvas de la artillería jurídica de los Nule, que también demandarán por perjuicios al IDU y reclaman toda suerte de gastos por cincuenta mil millones. Y aún falta por establecer qué responsabilidad les cabe a la aseguradora -que es del Estado- y a los interventores, que casualmente son los mismos de la doble calzada a Girardot.
Esa troncal de TransMilenio a medio hacer, clavada en el corazón de la capital, simboliza muchas cosas. La sensación de parálisis que se ha apoderado de una Bogotá antes ejemplar y vibrante. Y los profundos vicios que contaminan la contratación de obras en todo el país (¿qué tal lo de Transcaribe en Cartagena?). Las lonas verdes que hoy ondean en la 26 no alcanzan a tapar tantas calamidades.
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Lo tenía escrito el domingo pasado pero se me pasó incluirlo: suscribo integralmente la carta de los periodistas de EL TIEMPO con motivo del cierre de Cambio. Más vale tarde que nunca.
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