viernes, 16 de octubre de 2009

España ante los Bicentenarios

Martín Santiváñez*

El Tiempo, Bogotá

Octubre 16 de 2009

España se interna en las celebraciones de los bicentenarios de la independencia americana con un creciente optimismo sobre su papel en la región. Hace mal. Existen pocos motivos para una alegría desbordada. Desde el primer instante del desembarco, los empresarios españoles no han sabido manejar una estrategia de comunicación seria y audaz. Y los políticos, irresponsables, han avalado este grave desliz con su desidia, aplaudiendo las prebendas y canonjías que repartieron por doquier los distintos lobbistas. Todos se han sumergido en un error de cálculo obtuso y pernicioso: considerar que los gobiernos latinoamericanos siempre y en todas partes representan a la población. En un continente con el mayor índice de volatilidad electoral del planeta, auténtico territorio comanche de la incertidumbre política, confiar en el 'lobby' coyuntural con el poder de turno raya en la candidez expansiva o en la más burda insensatez. Que un presidente te invite a desayunar o te lance piropos en una reunión no asegura una posición de poder. Mucho menos en Macondo.

Por eso, no sorprende contemplar el grado de legitimidad que alcanzan entre los latinoamericanos más pobres las medidas abusivas e ilegales que el chavismo y sus satélites implementan frente al capital foráneo. La imagen de las empresas españolas, contra todo lo que defienden sus lobbistas, es de las peores en la región. Las inversiones españolas no tienen asegurado su futuro en el nuevo continente. Los bicentenarios de la independencia serán el pistoletazo de salida de una serie de reivindicaciones políticas y económicas que pueden mellar la presencia del ahorro ibérico en Latinoamérica. Las empresas que recalan al sur del Río Grande tienen que hacer labor social, cueste lo que cueste. Aquellas que comprendan que una riqueza permanente está ligada al desarrollo local y a una correcta relación con todos los actores sociales ahorrarán mucho dinero y prosperarán.

El socialismo del siglo XXI no es, como afirman algunos analistas, una ideología reformista, singular y autóctona, basada en el consenso y superadora de las taras autocráticas del marxismo, el leninismo y el maoísmo. Se trata, por el contrario, de una renovada estrategia de poder, otra táctica institucional, una nueva técnica para el golpe de Estado democrático. España debería mantenerse alerta ante los fundamentos conceptuales de la revolución bolivariana, porque todos ellos debilitan la poliarquía, un sistema de gobierno que tanto se valora en la península. El discurso fariseo y pusilánime del gobierno cosecha declaraciones altisonantes, cainitas o directamente parricidas. Evo Morales considera que el 12 de octubre es un día de luto y Hugo Chávez se desgañita denunciando el "imperialismo español". Que nadie lo dude. El cáncer del autoritarismo terminará por mellar los intereses españoles. Acompañar a Chávez a la librería, como hizo el presidente de una multinacional ibérica, no basta para obtener un blindaje impenetrable. Servir a Mammon antes que a la democracia es un mal negocio, a corto y largo plazo.

La política internacional, los intereses geoestratégicos y los objetivos nacionales españoles están ligados a la supervivencia de las democracias latinoamericanas. Y también al mundo de las ideas, en las que se ha perdido un terreno indiscutible. El hispanismo, en tanto movimiento intelectual, agoniza. Refugiado en los falansterios de algunas doctas academias, ha dejado de ser ese fenómeno de masas, que transformó radicalmente el novecientos americano. El materialismo del Calibán anglosajón liquidó los sueños arielistas de renovación espiritual y ya no campean por América, para desgracia de España, polígrafos de la talla de José de la Riva Agüero, José Enrique Rodó y Rubén Darío, sendos defensores del León de Castilla. Colonizadas por el 'big brother' estadounidense, la nueva élite latinoamericana y su tecnocracia posmoderna se preparan en inglés para estudiar en la Ivy League.

España ha dejado de ser el destino académico y político por antonomasia, aunque pervivan los lazos indestructibles del idioma y la religión. Lo latino reemplaza a lo hispano, forjando una nueva hispanidad que se asoma al siglo XXI con millones de inmigrantes latinoamericanos viviendo en el viejo mundo. Todos ellos, parafraseando a Víctor Andrés Belaunde, crearán -crearemos- una nueva síntesis viviente, una hispanidad de nuevo cuño, aquí, en la península. No se trata de apoyar a las democracias por razones ideológicas. Sostener el Estado de derecho y fortalecer las instituciones va más allá, con repercusiones en la política del día a día. Batirse por la libertad implica apostar por la supervivencia de las naciones latinoamericanas como países viables, con un futuro por conquistar. Defender la democracia como forma de gobierno es el único camino que tiene este país para asegurar sus intereses regionales. Si nos unimos a la autocracia, pereceremos con ella.

Para evitar un retorno sin gloria, hemos de examinar estas cuestiones básicas de la realidad latinoamericana. España tiene un papel histórico en la región que puede menguar, como todo en las relaciones internacionales y en la geometría del poder. Los lazos indiscutibles que compartimos latinoamericanos y españoles son una base segura para la colaboración, pero no la garantía del éxito inmediato. Los bicentenarios pondrán a prueba hasta qué punto podemos colaborar. Y si del quinto centenario del descubrimiento emergió una corriente empresarial con aciertos y yerros evidentes, de los bicentenarios de la independencia puede y debe surgir una nueva hispanidad, acorde con un mundo globalizado. He aquí una utopía indicativa por la que, francamente, vale la pena luchar. Manos a la obra, entonces.

*Director del Center for Latin American Studies de la Fundación Maiestas y coordinador del Proyecto Desol

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