viernes, 25 de septiembre de 2009

Con la quijada de Caín

Martín Santiváñez*

El Tiempo, Bogotá

Septiembre 25 de 2009

Cuando el capitán Juan Vicente Ugarte Lobón se unió a las huestes de Andrés Avelino Cáceres, el Brujo de los Andes, jamás imaginó que su vida y la de su estirpe estarían marcadas para siempre por el destino viril de los patriotas: la defensa de la nación.

'Dulce et decorum est pro patria mori', sentenció Horacio, el Inmortal. Los Ugarte, este axioma, bien podrían grabarlo con orgullo en el blasón eterno de su escudo familiar. Así, el joven Ugarte Lobón se batió en Pisagua, venció en Tarapacá y hostigó sin tregua a las tropas invasoras a lo largo de ese lustro sangriento en el que los peruanos lo perdimos todo. Todo, menos el honor.

Desde entonces, Ugarte Lobón sería un cacerista consumado, convicto y confeso. Más de cien años después, su nieto, Juan Vicente Ugarte del Pino, presidente fundador de la Academia Peruana de Ciencias Morales y Políticas y ex Decano del Colegio de Abogados de Lima, continúa fiel a la vieja tradición del 'quirite' guerrero, defendiendo con su poderosa inteligencia la integridad territorial del Perú. Tras una larga vida entregada a la ciencia del derecho y a la enseñanza en San Marcos, universidad decana de América, Ugarte del Pino, el jurista, fue nombrado por Alan García, uno de sus innumerables discípulos, miembro de la Comisión de notables encargada de exponer la posición peruana en el Tribunal Internacional de La Haya, en el marco de la demanda que ha formulado el Perú contra Chile para la correcta delimitación de la frontera marítima entre ambos países.

Este litigio entre Estados vecinos, prácticamente ignorado por la prensa internacional, tiene como telón de fondo la rampante carrera armamentista desatada en Suramérica desde hace unos años. Y ha sido utilizado por sectores nacionalistas de todos los bandos para azuzar la adquisición de material bélico de manera profusa y aberrante. A las ya rutinarias "renovaciones de material obsoleto" del gobierno chileno iniciadas con el pinochetismo y prolongadas bajo la férula progresista de la Concertación, se suma el creciente poder bélico del imperialismo chavista y la alianza táctica entre Brasil y Francia, dos pueblos con intereses internacionales tan consolidados como continuos. Se engañan los que piensan que el equilibrio económico, el aumento de la interdependencia comercial y los discursos pacifistas son suficientes para evitar una hipótesis de conflicto o una escalada en la agresión verbal. La compra de armas tiene que ver con la corrupción, por supuesto. Pero también con objetivos sociomilitares largamente delineados en los laboratorios de la geopolítica continental.

Roto el equilibrio estratégico tras las recientes adquisiciones de tres países con objetivos reales en el escenario del poder suramericano, cabe preguntarse si aún es tiempo de enarbolar una ofensiva diplomática que permita recuperar en la mesa aquello que se ha perdido en la implacable realidad. Es tarde para pactos de no agresión. Nuestros países dominan el arte renacentista de ignorar los convenios. Y aunque ni Estados Unidos pretenda invadir los campos petroleros venezolanos, ni exista un solo litigio pendiente entre las naciones americanas que no pueda ser resuelto en el foro superior de una Corte internacional, las armas se continuarán adquiriendo en un 'in crescendo' anómalo, burlando la miseria que todo lo rodea en el continente de la esperanza.

Las armas con que protegen algunos gendarmes fatuos su loca petulancia cesarista son absolutamente innecesarias y han terminado por convertirse en una amenaza a la razón universal.

Una intolerable espada de Damocles se cierne sobre el horizonte de la convivencia suramericana. Las llagas rebeldes y dolorosas de un pasado fratricida, rico en puñales arteros y besos de Judas, terminarán por reabrirse, exudando la inquina infecta del resentimiento y poniendo en peligro cualquier proyecto viable de cooperación.

El derecho es el mejor remedio para estos complejos revanchistas. Si en los fueros del sur se impone la doctrina de Diego Portales, vencerá también el armamentismo y triunfará con él la guerra preventiva. Y tarde o temprano, las masas suramericanas, pletóricas ante el fetiche del nacionalismo, acabarán coreando a una sola voz la vieja consigna de Ramón Castilla, adecuada a nuevos y tempestuosos tiempos: si 'ellos' compran un buque, 'nosotros' compraremos dos. Los cazas, tanques, submarinos y acorazados que se adquieren con los billetes de la pobreza y las monedas de la corrupción amenazan a millones de latinoamericanos, claro que sí. Ante las armas, hay que tomar una posición. O las controlamos jurídicamente, apelando a lo poco que nos queda de sentido común, o preparamos a las democracias para la defensa firme de la paz. 'Si vis pacem para bellum'. Lo demás es oratoria pura, sortilegio de palabras, sutil rendición. Siempre, por supuesto, es óptimo el sendero civilizado que los grandes juristas como Vicente Ugarte recorren ungidos con la ley y los tratados. Pero ello no impide que a veces, precavidos, tengamos que lanzarnos al monte, para preservar, con uñas y dientes, como Ugarte Lobón, el bravo abuelo cacerista, la integridad de millones de indefensos, hoy amenazados por las balas ciegas de un armamentismo obtuso que pretende enterrar a nuestros pueblos blandiendo estúpidamente, con furia cruel y fratricida, la vieja y sangrienta quijada de Caín.

* Director del Center for Latin American Studies de la Fundación Maiestas

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