domingo, 6 de diciembre de 2009

Copenhague: ¿al borde de la oportunidad?

Mario Calderón Rivera

La Patria, Manizales

Diciembre 6 de 2009


Es posible que parezca un lugar común decir que en la Cumbre sobre cambio climático, que se instala mañana en Copenhague, podría estarse definiendo la suerte del planeta tierra. Al menos la de millones de especies vivas y, en primer lugar, la de la especie humana, cuya supervivencia está en juego como resultado del reacomodo del ecosistema global. Y todo ello independientemente de que las causas básicas de semejante alteración correspondan o no a la acción antrópica. Sucedió en el pasado evolutivo, sin presencia del hombre pero en todo caso con arrasamiento de buena parte de las manifestaciones existentes de vida. Simplemente es algo que suena a premonición de apocalipsis.


Justamente por moverse en el campo de las hipótesis extremas, el tema del calentamiento global y del cambio climático requiere una rara mezcla de capacidad para el análisis tranquilo y objetivo, pero también e ineludiblemente un enorme sentido de urgencia. Que es, precisamente, lo que ha faltado a los líderes mundiales desde que las voces de alarma expresadas en la Cumbre de Río en 1991 quisieron enmarcarse en un instrumento de acción internacional como el Protocolo de Kioto nacido en 1997. Doce años después, esta propuesta con sentido planetario no sólo no ha dejado de recibir gestos displicentes de parte de Estados Unidos, -que con China representa más del 40% de las emisiones de los llamados gases de efecto invernadero- sino que los propios adherentes se han limitado casi siempre a actitudes pasivas. Como si esperaran que, en un horizonte tolerable, la tecnología termine neutralizando el rumbo que visiblemente ha venido tomando el planeta GAIA.


Principalmente por la presión de la industria petrolera y automovilística, el congreso y dos presidentes de los Estados Unidos se negaron sistemáticamente a aceptar el Protocolo de Kioto. Con el pretexto de que mientras China y otros países en desarrollo no dieran el mismo paso, ese país no tenía por qué avanzar en lo que debería corresponder a toda la comunidad de naciones. Una de las mejores descripciones de la coyuntura planetaria la ha dado el físico alemán Hans Joachim Schellnhuber, jefe del Instituto de Investigación del Impacto Climático de Postdam y asesor de Ángela Merkel: "Es como si estuviéramos en el Titanic. Pero esta vez tenemos una visión clara del horizonte. No estamos mirando con un par de binoculares en la oscuridad, sino más bien con un sistema de radar, un sistema de radar científico". El problema, anota el científico, “es que hay 192 capitanes en el barco. Y esa es una situación fatal".


En el contexto anterior, resulta claro que la clave esencial para el éxito de Copenhague está en el liderazgo que sepan asumir las naciones que supuestamente están siendo responsables principales de la emisión de gases causantes del cambio climático. Y lo evidente, por ahora, es que esa responsabilidad está precisamente en Estados Unidos que no ratificó el Protocolo de Kioto y, además, en países como China, India y Brasil, que no figuraron en la Cumbre de Río como grandes emisores de gases. El cambio más dramático se ha dado, precisamente, cuando muy recientemente China superó en la lista a Estados Unidos y pasó a ocupar el primer puesto en ese rango indeseable. Y los cuatro países, sumados a la Unión Europea, Rusia y Japón, superan el setenta por ciento de las emisiones mundiales.


No obstante todo lo anterior, el mundo de hoy -que es esencialmente multipolar- requiere también de un liderazgo en el que cuente desde el más grande hasta el más pequeño. Y en el tema del cambio climático mucho más. Y porque a Copenhague concurren también con su voz los países en desarrollo aceptando compromisos, pero no gratuitamente. Y con sobra de razones. Porque el argumento de fondo está en que si los países industrializados, en apenas 200 años de revolución industrial se enriquecieron con los recursos naturales de todo el planeta, ahora no pueden pretender que los países en desarrollo se abstengan de explotar muchas de sus riquezas naturales, para proteger el ambiente, pero también para garantizar el hiperconsumo de los más ricos. La equidad exige con sobra de razones que por eso reciban un valor compensatorio. Y esa es la razón de la idea que ha venido avanzando para formación de un fondo de recuperación ecológica. Desde la Unión Europea se estima que un fondo de tal naturaleza requeriría no menos de 150 mil millones de dólares anualmente hasta el 2020. Algo que significaría apenas una fracción mínima del producto bruto mundial.


Por ahora parece evidente que Copenhague es la gran oportunidad para que la comunidad mundial se asome al borde de lo que podría ser un abismo sin fondo, o al menos una realidad suficientemente alarmante. Y no sólo para verificar la profundidad del hueco negro que se estaría abriendo a sus pies. Al menos para tomar conciencia de que, cualquiera que sea el responsable del cambio climático, hay razones para que el hombre como especie sepa cuidar su morada.


Mientras tanto, en la capital de Dinamarca, sede de la Conferencia, la organización ecologista Greenpeace ha empapelado la ciudad con fotos individuales y separadas de los líderes mundiales -Obama, Merkel, Sarkosy, Brown, Rodríguez Zapatero- envejecidos hacia el año 2020 y lanzando para esa época al mundo este mensaje: "Lo siento. Podríamos haber parado un cambio climático catastrófico... pero no lo hicimos".

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