domingo, 5 de abril de 2009

¡Adios a las armas!

Por Jaime Jaramillo Panesso

El Mundo, Medellín

Abril 5 de 2009

Llamó desde el teléfono público de la Cárcel de Seguridad de Itaguí, por indicación de un guardián del Inpec que le escuchó su historia. Dijo que había militado en un bloque paramilitar y que tenía unas armas para entregar. Fui entonces a visitarlo y me contó: “Mi nombre es José Luis, soy de Remedios y estoy condenado por secuestro. Cuando estaba en el Bloque Metro me entregaron una muchacha secuestrada para que la vigilara en una finca. Era hija de un comerciante de Yarumal que debía pagar una extorsión o vacuna. Hilda se llamaba y de tanto estar juntos nos enamoramos. A un día de volarnos nos cayó el Gaula y me detuvieron. Pero eso no es un secuestro porque Hilda no quería escaparse sola, sino conmigo. Ella declaró mi inocencia ante la Fiscalía y me dieron libertad condicional. Yo volví a donde mi comandante Doble Cero. Pero el Bloque Metro se encontraba en una guerra a muerte con otro bloque, el Héroes de Granada, que nos pisaba los talones. Mejor dicho, nos acorraló, exigiendo que nos uniéramos a ellos. Antes de que eso ocurriera, a un compañero mío, El Toche le decíamos, y a mi, que me pusieron Pajarito, el mando nos ordenó la tarea de esconder una armas. Engrasamos y envolvimos en plástico doble cincuenta fusiles AK 47, diez R-15, unas granadas y seis pistolas. Yo se donde están enterradas y quiero entregarlas a las autoridades, pero solicito una rebaja de pena y protección para mi familia”.

Pregunté por qué ahora estaba preso y me dijo que se escapó en medio del cambio de estructura militar. Cuando se encontraba en casa de sus padres en Remedios, la policía lo detuvo por el secuestro de Hilda.

La narración parecía verosímil. Me puse en contacto con los altos mandos de investigación policial y al cabo de unas semanas una comisión de expertos con un teniente a la cabeza visitó a Pajarito, tomó nota de su propuesta y luego de la autorización del fiscal, salieron preso y policías rumbo al lugar de las armas enterradas. Pajarito dio vueltas alrededor de una antigua casa campesina y de dos árboles algarrobos, pero la piedra que dizque era el principal punto de referencia y un jagüey habían desaparecido. Midió por pasos la distancia de la acequia y no le resultaron sus cálculos. Fallida la diligencia, los investigadores concluyeron que José Luis era un mitómano que no tenía idea de lo que hablaba. 

A comienzos de este año ingresó al mismo patio del penal, El Sordo Evencio, un compañero de guerra del Pajarito, a quien creía muerto en un combate con la guerrilla de las Farc, Frente 36, porque no se volvió a saber nada de él luego de una incursión a las plantaciones de coca cerca de Tarazá. El Sordo Evencio quedó herido en aquella ocasión y salió del tropel huyendo hasta llegar a Caucasia donde lo atendieron como desplazado. Ahora se encontraba preso por lesiones personales, hurto agravado y falsedad en documentos. 

Sentados en el pasillo del presidio y con las tazas de acrílico llenas de una sopa espesa indescifrable, El Sordo Evencio le narró a Pajarito lo siguiente: “¿Te acordás del Toche, hombre Pajarito? Pues te cuento que se sacó un entierro y está rico. Las Farc le compraron el armamento que él mismo escondió. Le pagaron un buen biyuyo de contado y se fue a vivir a Cúcuta. Eso dijo”. 

Pajarito ya no canta, seguramente no cantará jamás durante la condena a veintidós años que tiene que purgar en la jaula que El Toche nunca quiso visitar.

 

 

 

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