domingo, 19 de abril de 2009

El destape político de los obispos

Por María Isabel Rueda

El Tiempo, Bogotá

Abril 19 de 2009

 

Sin quitarse sus sotanas, los prelados colombianos resolvieron destaparse políticamente. Desde monseñor Pedro Rubiano para abajo, pasando por el presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Rubén Salazar, le han dicho al presidente Uribe que no se haga reelegir porque al país no le conviene.

 

Con la autoridad que me da ser una hija de la Iglesia católica y una colombiana antirreeleccionista, presento formalmente una protesta. Así como no me gustan los curas que hablan de política desde sus púlpitos (ni invitan a oponer resistencia a los fallos de la Corte Constitucional sobre el aborto o la eutanasia, como vienen haciéndolo), tampoco me gusta escuchar a los prelados concediendo entrevistas que se prestan para confundir las creencias religiosas de los colombianos con las conveniencias políticas del país. Y hoy esos dos campos están claramente delimitados en Colombia.

 

Fuimos un Estado confesional hasta la Constitución del 91. Durante el siglo XIX y hasta finales del XX, Iglesia católica y Estado se confundían hasta en las cosas más cotidianas. Los gobiernos podían vetar el escogimiento de obispos y arzobispos por razones políticas. A su vez, los curas participaban por derecho propio en el conteo de votos en los pueblos y después informaban por telegrama al obispo si había ganado Dios o el demonio. Si lo segundo, era porque había perdido el candidato conservador.

 

La Constitución del 91 estableció la igualdad de iglesias y de cultos en Colombia y abrió la libertad religiosa. Con lo cual desmatriculó al Estado colombiano de un credo único oficial.

 

Como consecuencia, el Presidente, que antes acudía, cada año, en su condición de tal a la consagración de Colombia al Sagrado Corazón, hoy puede hacerlo pero como particular.

 

Cuando la Iglesia se limita a cumplir su papel pastoral lo hace muy bien. Como ha resultado la labor de la Conferencia Episcopal de Colombia con los miles de desplazados por la violencia, que ameritaría que la candidatizaran para el Premio Nobel de la Paz. La gradual ayuda del Estado a esa población tan vulnerable cuenta con ese colchón que viene tendiendo la Iglesia y sin el cual la desventura de los desplazados sería mucho más amarga, si es posible. Eso no autoriza, sin embargo, a su presidente, monseñor Salazar, a hacer recientes evaluaciones en los medios sobre la reactivación del poder militar de la guerrilla. Ha entrado en terreno muy delicado: ese es un parte militar que le corresponde dar al general Freddy Padilla. Al que, por supuesto, tampoco le correspondería conceptuar sobre la deserción de fieles de la Iglesia católica.

 

Hace unos años, a monseñor Rubiano le celebramos que, con su famosa parábola del elefante, hubiera dado un categórico concepto moral sobre el ingreso de dineros del narcotráfico a la campaña samperista. Pero hasta ahí. Hoy anda metido en terrenos políticos movedizos, desautorizando la reelección con el argumento cierto de que no es bueno manosear la Constitución con fines personalistas. Ese diagnóstico corresponde al fuero civil.

 

No es conveniente que la Iglesia se esté tomando la atribución de hacerlo desde los medios con la disculpa de estar defendiendo el bien común. ¿Qué tal que estuviera opinando lo contrario? ¿Que es mejor reelegir al Presidente indefinidamente, por el bien común? ¿O que resuelva, por el bien común, romper su neutralidad y apoyar a otro candidato? Y si hay un tercer período de Uribe, ¿saldría, por el bien común, a hacerle oposición al Gobierno?

 

Lo único que nos faltaba es que los obispos pongan ahora a Dios en contra de la reelección. Que nos dejen resolver ese problema a los colombianos solitos, porque la ayuda divina enreda más las cosas.

SE ME OLVIDA. ¿Quién se veía peor en la Cumbre de las Américas? ¿Cristina Kirchner con su pestañina corrida o Daniel Ortega con sus guayaberas sudadas?

 

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