miércoles, 15 de abril de 2009

¿Quo vadis, Colombia?

Por Saúl Hernández
El Tiempo, Bogotá
Abril 14 de 2009

Muy a propósito con los días de reflexión de la semana anterior, debería inquietarnos a todos el tema de hacia dónde va el país. Hoy en día hasta las más incipientes empresas se plantean su visión futura del negocio aunque de manera cándida e inconsecuente: todas quieren ser líderes en su ramo a la vuelta de cinco o 10 años y pasar de un garaje a un edificio sin saber cómo ni por qué. Pero algo es algo; parece que van para algún lado. 


También el país tiene la agenda Visión Colombia II Centenario-2019, pero es una colección de buenas intenciones que no ofrece claridad sobre la forma de alcanzar las metas, acaso porque se hace camino al andar y los pasos que se están dando van para otra parte.

 

En la mayoría de temas uno ve un país al garete, en muchos casos por acción u omisión del Estado y, en algunos otros, por taras culturales que parecen insalvables. Por ejemplo, el evidente dislate de la llamada 'promoción automática' de escolares, heredado de la administración Pastrana, acaba de ser 'solucionado' con una decisión más digna de Pilatos que de Salomón, al darles a los colegios autonomía para decidir a cuántos estudiantes les regalarán el año. Cómo será el tamaño del absurdo que hasta Fecode protestó. Si la brecha entre colegios públicos y privados es enorme, mañana lo será entre los colegios con modelos educativos responsables y sensatos, y los más laxos, que serán casi todos.

 

Mientras que a muchos nos resulta obvio que el país sólo saldrá adelante con educación de calidad -que es mucho más que construir colegios bonitos, tipo Shakira o Fajardo-, para otros la solución es que los jóvenes se eduquen por sí solos experimentando a su arbitrio con el alcohol, las drogas, el sexo y demás, a pesar de carecer de madurez para decidir con autonomía.

 

El informe de la Unión Europea que revela un incremento de la impunidad en Colombia del 95 al 97 por ciento tras implantarse la justicia oral, contiene una cifra más inquietante aún: el 41 por ciento de los victimarios identificados son menores de 24 años, y muchos de ellos ni siquiera han cumplido los 13. Es decir, son personas que tenían alrededor de siete años cuando se promulgó la Constitución de 1991 y que, desde entonces, sólo han oído hablar de derechos pero no de deberes, de la inimputabilidad de los menores y de que todo es permisible en pos del "libre desarrollo de la personalidad".

 

Se puede alegar que sin cotejar las estadísticas de las últimas décadas es imposible establecer una relación causa/efecto. Pero lo que sí se puede cotejar es la realidad de antes y la de hoy, cuando la pérdida de valores es prácticamente absoluta, los padres y los maestros no tienen el control de los jóvenes, y las familias ya ni existen. Mientras familias enteras disfrutan tranquilamente del fútbol en cualquier ciudad europea, aquí los estadios -al igual que las universidades públicas, los rumbeaderos, los escenarios de conciertos, etc.- son propiedad de juventudes anarquistas a las que nadie quiere ni puede poner remedio. Y quien se atreve a censurar esta situación es ridiculizado y tratado de moralista.

 

Un país va para donde vayan sus nuevas generaciones; eso es básico. Y los jóvenes en Colombia no sólo son vulnerables ante muchas problemáticas, sino que están fuera de control por negligencia social. Uno de sus maestros es una televisión que hace apología de las putas y los traquetos, y frivoliza hasta los temas más serios.

 

La Visión Colombia 2019 se propone cosas como elevar el número de libros leídos por habitante al año de 2,4 a 5, y que el 100 por ciento de los bachilleres de las ciudades capitales sean bilingües, cuando hoy lo son, en el caso de Bogotá, tan solo el 2,6 por ciento. Si 20 años no son nada, qué decir de 10 que faltan. Habría que empezar por retomar las riendas y mostrarles a los jóvenes el norte que ellos solos rara vez encuentran. ¿A dónde va Colombia? Quién sabe a dónde irá.

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