miércoles, 15 de abril de 2009

Fundamentalismo y modernización

Por Alfonso Monsalve Solórzano 
El Mundo, Medellín

Abril 12 de 2009

Las paradojas de la modernización occidental en un país musulmán tiene hoy su más clara manifestación en Afganistán.

En ese país, el 80% son sunitas, incluidos los talibanes, extremistas fundamentalistas islámicos que sometieron a las mujeres a la más terrible de las opresiones y que fueron sacados del poder por una coalición internacional encabezada por Estados Unidos y la Unión Europea, luego de que se comprobó que estaban aliados y daban refugio a Al Qaeda. El otro 20%, son chiitas, considerados herejes por los sunitas y víctimas, por tanto, de los talibanes.

La influencia occidental logró, en el nuevo régimen de Hamid Karzai, elegido democráticamente, crear un Parlamento e introducir en la Constitución de 2004, la igualdad de las mujeres frente a los hombres. Pero como se trata de una sociedad fragmentada, con grupos minoritarios como el chii, a los que había que reconocerles poder y presencia política, negados por siglos, en la misma Carta se estableció que los chiitas tienen derecho a poseer un código de familia acorde con la jurisprudencia de ese tronco del Islam.

Pues bien, el pueblo afgano eligió en el Parlamento a los que los representan, gentes, en su mayoría, fundamentalistas religiosos, apegados a tradiciones y jurisprudencias islámicas que por siglos han discriminado a las mujeres. Sunies y chiitas, enemigos desde siempre en el campo de batalla, pero unidos indefectiblemente en su visión patriarcal y machista de la sociedad, ligada a las interpretaciones más retardatarias del Islam, niegan todo derecho a las mujeres.

El Parlamento aprobó un código, aplicable sólo a los chiitas, pero que por su sentido y contenido discriminatorio con las mujeres es compartido por los radicales fundamentalistas sunitas, que pronto exigirán aplicar uno similar a su propia comunidad. Fauzia Koofi, una de las pocas parlamentarias que hay con una mentalidad occidental, declara, en noticia que recoge y desarrolla El Espectador de ayer sábado: “El nuevo código niega la necesidad de consentimiento para las relaciones sexuales dentro del matrimonio, aprueba implícitamente las bodas infantiles y establece que las mujeres necesitan permiso de sus padres o maridos para estudiar, trabajar o acudir al médico. A las afganas, les suena familiar: aún no han olvidado las restricciones que sufrieron durante el régimen talibán (1996-2001), cuando no podían salir a la calle sin la compañía de un hombre de la familia”.

La democracia de los modernos, como la caracterizó Isaiah Berlin, es el resultado de las revoluciones norteamericana y francesa, plantea el gobierno de las mayorías limitado por el respeto a los derechos de los individuos y las minorías, que no pueden ser violados por votación mayoritaria alguna. La democracia de los antiguos, según el mismo autor, sólo tiene en cuenta la decisión de la mayoría, lo que conduce necesariamente, a la dictadura de los más sobre los menos.

Mi hipótesis es que cada vez que a la fuerza se instaura un régimen democrático en algún país premoderno, dado que la cultura política de la gente está moldeada en la práctica de valores y jurisprudencias patriarcales, su funcionamiento puede conducir rápidamente a la democracia de los antiguos, a la tiranía de la mayoría, que tiende a reproducir, ahora legitimados por el voto, dichos valores y jurisprudencias. La alienación política es evidente: es frecuentemente ver a mujeres, en esos países, defendiendo las medidas que las oprimen y reprimen.

¿Significa mi punto de vista que las transformaciones democráticas son imposibles en esa clase de países? Más aun, ¿Cómo se explica, que las sociedades premodernas occidentales hicieron el tránsito a sociedades democráticas liberales en las que se respeta el derecho de las minorías?

La primera pregunta es objeto de discusión por parte de filósofos y sociólogos políticos. Si se opta por impulsar allí la democracia liberal- algo que es discutible- debe haber un procedimiento pedagógico de gran escala acompañado por la presión de la sociedad Occidental que apoya tales democracias en construcción, mostrando claramente que las conductas discriminatorias son inaceptables y tienen consecuencias; pero también, la presión de los ciudadanos de esos países, que defienden las libertades como las concibe Occidente. Una salida distinta es impulsar un modelo diferente al democrático occidental en el que se garanticen interpretaciones, como en efecto las hay, de los textos sagrados del Islam, que no impliquen discriminaciones inaceptables a las mujeres, sin que tengan que asumirse desde los valores occidentales. En efecto, el pluralismo, la igualdad y la tolerancia pueden defenderse a partir de cualquier doctrina respetable. De hecho, el Islam durante siglos, en ocasiones ha sido mucho más abierto y plural que el cristianismo. Así fue en la España de los siglos XIV y XV.

La segunda respuesta es simple: fue un tránsito doloroso, largo en el tiempo, signado por las guerras de religión y las revoluciones sociales, que comenzó en el Renacimiento y que todavía no ha terminado.

 

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