viernes, 17 de abril de 2009

Alfonso el cínico

Por  Ernesto Yamhure

El Espectador, Bogotá

Abril 16 de 2009


Cuando Antístenes fundó la escuela de los cínicos, jamás se imaginó que luego de dos mil quinientos años fuera a tener a Alfonso Cano como máximo exponente de su doctrina.

Este antiguo discípulo de Sócrates debe estar muy contento, pues su paso por la tierra no fue estéril. En virtud de su legado, uno de los líderes terroristas más rutilantes del planeta exhibe el título de cínico summa cum laude.

Para la muestra, la carta que esta semana el secretariado de las Farc le envió a la comunidad Awá en la que, sin ningún rubor, dice textualmente que “lamentan sinceramente la muerte de los 8 integrantes de su comunidad el pasado 6 de febrero…”.

 

¿De verdad están arrepentidos? No lo creo. Las Farc sienten un desprecio absoluto por la vida. Son unos campeones mundiales en la violación de los Derechos Humanos. Gozan con la muerte, bailan sobre la sangre de sus víctimas, para luego bebérsela. En la contrición de marras, ni siquiera atinaron a “lamentarse” por el número correcto de muertos, pues no fueron ocho sino veinte.

 

Continuemos con la lectura de la carta de Cano, en la parte donde intenta restar la culpa que le cabe a él y a sus hombres, cuando dice que estas muertes se produjeron “… en medio de los operativos y maniobras militares que el ejército oficial adelanta en el occidente del departamento de Nariño, en donde presiona a la población para utilizarla como escudo o como punta de lanza en las misiones de mayor riesgo, convirtiendo a los civiles en unidades de primera línea en la guerra, con todas las implicaciones que ello acarrea, mientras oficiales y soldados avanzan protegidos a sus espaldas”.

 

No cabe duda sobre la enajenación mental del cabecilla de las Farc. Primero presenta disculpas, pero luego se echa para atrás dando a entender que, en el fondo, la responsabilidad es del Ejército Nacional. Fiel a su mamertismo debió haber dicho que la masacre fue planeada en el despacho oval de la Casa Blanca, o en las oficinas del Banco Mundial.

 

“Los principios que sustentan la existencia de las Farc-EP consignados en el Programa Agrario de los Guerrilleros de Marquetalia reclaman respeto a las organizaciones indígenas, a su cosmovisión y cultura porque la causa indígena es la misma de las Farc-EP”. Palabras de Alfonso Cano que nos obligan a hacer una revisión inmediata de algunas cifras para ver qué tan cierto es eso de que su organización “respeta” a los indígenas.

 

Pues bien, resulta que en los últimos 6 años los muchachitos de Cano han asesinado a 115 personas de diferentes etnias, sin contar a los Awá que acribillaron en febrero pasado.

 

¿Qué tal que la causa indígena no fuera la misma de las Farc? Afortunadamente los ven con simpatía, porque de lo contrario dejarían a Hitler como un torpe aprendiz en aquello de la eliminación sistemática de grupos raciales.

 

No es la primera ni será la última prueba de cinismo de las Farc. Basta recordar la masacre de la familia Turbay Cote en la “frontera” de la zona despejada. Aquella vez, el secretariado reconoció su responsabilidad y, a manera de ejemplarizante sanción, obligó a los autores del crimen a aprender a leer y escribir (¡!).

 

 A pesar de las sobradas muestras que tenemos a la mano sobre la condición sádica de la guerrilla, aún hay quienes quieren embarcarnos en un nuevo proceso de paz —claudicación— con esos bandidos. Por ahí resuenan los melancólicos del Caguán, demandando un diálogo a cualquier precio, olvidando que el remedio contra la violencia que hasta ahora ha dado mejores resultados se llama Seguridad Democrática.

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