jueves, 30 de abril de 2009

¿Cuál fraude?

Por Alberto Velásquez M.
El Colombiano, Medellín
Abril 29 de 2009
  
Con ira y befa es difícil hacer política racional, desapasionada. No tiene explicación la cólera, como práctica de controversia en un país lleno de problemas y dificultades. Y menos tiene justificación alguna, cuando las palabras se vuelven dicterios en la boca de quienes alguna vez tuvieron en sus manos la dirección del Estado.
 
La salida del ex presidente César Gaviria para oponerse a la reforma en la elección del registrador, fue desafortunada. Más desacertada que lo poco afortunada de la propuesta legislativa. La ira lo llevó a calificarla de trampa. Notificó que ese cambio era "para robarse las elecciones del 2010". A todas luces se le obnubiló el cerebro para entrar en el debate. Le faltó sindéresis para controvertir la potencial norma. Un mínimo de sensatez habría evitado la sobredosis de befa para glosar la discutida reforma, de iniciativa parlamentaria.

Esta salida en falso puede ser una muestra de la polarización en que está el país, en parte por cuenta del proyecto de reelección presidencial. Se han dejado de lado los análisis sobre los temas sustanciales, como bien lo decía ante la asamblea de Proantioquia su presidente Juan Sebastián Betancur, cuando expresaba que "el debate electoral se anticipó sin la discusión serena y seria de los problemas de fondo que ya teníamos, como de los nuevos que no esperábamos". Problemas que ahora se ventilan, y se tratan, recurriendo a la afrenta, ese lenguaje que tanto daño en el pasado le hiciera a la convivencia política, cuando un caudillo, tan fanático como elocuente, hablaba del millón de cédulas falsas para colocar en la picota la pureza de los comicios.

Desde allí cambiaron para mal las costumbres políticas de la controversia y se puso, en aquellos tiempos, en entredicho la legitimidad de las elecciones, lo que contribuyó a malograr las responsabilidades éticas en el ejercicio partidista.

Debe saber Gaviria -como ex presidente y antigua cabeza de la OEA- que la comunidad internacional es muy sensible a esta clase de denuncias/injurias. Las toma, a veces, sin beneficio de inventario, sin corroborarlas, al pie de la letra, para condenar anticipadamente al convertir los denuestos en sentencias. Riesgo que se aumenta cuando salen de la boca de un ex presidente que, para algunos analistas, sus frases se convierten en moneda de buena ley.

Un ex presidente, que tiene tantas responsabilidades con el país y como cabeza de un partido que aspira a ser alternativa de poder, no puede ser tan poco responsable de atreverse a lanzar juicios tan precipitados, sin someterlos a una evaluación juiciosa y ponderada. Ese papel ya lo conoció Colombia en 1970 cuando el partido que perdió las elecciones presidenciales, las calificó de fraudulentas, vocabulario que si no fue catastrófico para la democracia, se debió a la oportuna intervención de Carlos Lleras como jefe de Estado y de algunos cercanos amigos del candidato derrotado que frenaron la asonada y el motín.

40 años después de aquel incidente, no se pueden revivir aviesos calificativos, para querer librarse del juicio histórico ante eventuales reveses electorales. No es lícito anticipar con lenguaje virulento, la oposición a una reforma -por más inconveniente que parezca- que apenas comenzará a debatirse en el Congreso. Y menos ponerle como inri la clara presunción de que con ella, el gobierno lo que busca es entronizar el robo electoral como estratagema política.

 

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