lunes, 20 de abril de 2009

Que se haga el referendo


Por Saúl Hernández Bolivar

El Mundo, Medellín

Abril 20 de 2009

La democracia plebiscitaria no es la gran panacea para una sociedad.Es como preguntarle a un enfermo cuál medicina desea tomar, si una muy dulce y poco útil o un revulsivo amargo y eficaz. En el fondo, todos preferimos remedios blandos y agradables aunque no sirvan de mucho, y después hasta creemos que nos sentimos mejor.

De otra parte, referendos, plebiscitos y similares, son formas de delegar responsabilidades en quienes –como el constituyente primario– ya las han encomendado a sus representantes. Así, estos se lavan las manos y se quitan de encima buena parte del peso de sus fracasos. 

Obviamente, no puede soslayarse el concepto de voluntad popular, pero esta es tan maleable como la del enfermo que se quiere aliviar sin sacrificios. Hay países europeos donde el mecanismo del referendo se usa con frecuencia, siendo sociedades cultas y avanzadas que votan a conciencia. Pero aquí, donde el sufragio está viciado por el sancocho, las tejas de zinc, el bulto de cemento y cosas similares, los constituyentes de 1991 debieron sospechar el peligro que podría derivar de un mecanismo de referendo ágil y expedito, y lo dotaron de talanqueras tales que es casi imposible lograr su aprobación. 

No es nada fácil superar el requisito del umbral del 25 por ciento del censo electoral, menos en un país con notable abstencionismo. Para la muestra el Referendo del 2003, cuando bastó que líderes opositores como Piedad Córdoba hicieran un llamado antidemocrático a favor de la abstención. A pesar de que las 15 preguntas obtuvieron votaciones por el sí, superiores a las alcanzadas por cualquiera de los antecesores del presidente Uribe para llegar al primer cargo de la Nación, sólo una pregunta (la 1) superó el umbral (calculado en 6.267.443 votos). 

La pregunta de menor votación por el sí (Pregunta 14) sacó 4.907.283 votos contra 1.063.877 por el no. Hubo diferencias abismales, siempre a favor del sí, como en la Pregunta 2, que obtuvo 5.871.354 votos por el sí y apenas 232.121 por el no. La de menor votación (Pregunta 7) alcanzó el 22,76 por ciento del censo electoral, el cual no estaba depurado y figuraban personas fallecidas, militares e interdictos por condena judicial. Al final, tan copiosas votaciones no sirvieron para nada. 

Sin embargo, dejando de lado las dificultades, el mecanismo del referendo existe en nuestro ordenamiento constitucional y cuando se pone en marcha hay que darle trámite o, de lo contrario, sería mejor suprimirlo de la Constitución. 

Aunque a uno no le guste el ‘Referendo del Agua’ por considerar que la gratuidad de los servicios y la resistencia al emprendimiento privado no son filosofías convenientes para el desarrollo del país, hay que llevarlo a efecto pues sus promotores cumplieron con el requisito de recolectar firmas de ciudadanos de por lo menos el 5 por ciento del censo electoral. 

Aunque al Presidente de la República y a su Ministro del Interior no les guste la cadena perpetua –para violadores de menores en este caso– dizque por no representar la tradición jurídica colombiana, habrá que darle trámite porque las firmas se recolectaron. Y aunque a algunos personajillos –como Samper y Pastrana– no les guste la reelección presidencial, especialmente la de Álvaro Uribe, es preciso darle trámite a pesar del costalado de equívocos y desaciertos de sus promotores. 

Si el referendo reeleccionista tiene alguna mácula esta es atribuible a la mediocridad de Luis Guillermo Giraldo y compañía, y no a la aspiración auténtica de un amplísimo número de colombianos de reelegir otra vez al Presidente. 

Los promotores quisieron desbordar de arrogancia y soberbia un anhelo popular que no requería de mucho ruido; pedir firmas por Uribe no requiere mucho esfuerzo pero estas terminaron costando, en promedio, muchísimo más que las de los otros referendos. Ese es el origen de los enredos financieros. 

A pesar de nuestro santanderismo, la pregunta mal redactada viene siendo lo de menos porque todos sabemos qué firmó la gente, y a buen entendedor pocas palabras. A los firmantes ni los obligaron ni les compraron la firma, por lo que a la clase política le corresponde cumplir con el trámite y dejarse de excusas para encubrir su mediocridad. Dejen que sea la guillotina del umbral la que diga la última palabra.

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