Sergio De La Torre
El Mundo, Medellín
Octubre 4 de 2009
Las coaliciones de izquierda con presencia de los partidos comunistas o grupos semejantes suelen ser flor de un día. Cuando se pactan, lo usual es que se desintegren una vez realizado el correspondiente debate electoral. Ellas responden a la coyuntura, como llaman ahora los entendidos a la oportunidad política en juego. Siendo la coyuntura pasajera, la situación política - y con ella la balanza o correlación de fuerzas – por estable que parezca siempre estará mutando, a veces incluso de día en día. Las alianzas entre afines se deshacen como se hacen. Y hasta se repiten: la próxima podría ser la misma de ayer, que finiquitó sencillamente porque sus contrayentes, tras el apareamiento, necesitan volver a sus reductos.
Siguen ellas la misma lógica de ciertas especies animales, cuyos miembros, afincados en un determinado territorio a veces se atraen y juntan en manada, para la defensa o el ataque. Y cumplida la faena, se dispersan, para volver a reunirse luego, cuando los apremios de la supervivencia lo determinen.
Estas coaliciones, sin embargo, a veces duran más de lo previsto. A la primera prueba no se disuelven sino que se alistan a librar otras batallas similares, y las libran con resultados desiguales. Es el caso del Polo, que quiere replicar los frentes populares que florecieron en Europa mediada la década del 30 del siglo pasado y que sirvieron de inspiración a ciertos países latinoamericanos como Méjico, Cuba, Colombia y Chile, donde, por la misma época, la denominada “centro izquierda” logró acceder al poder. De dichos frentes los más emblemáticos y cercanos a nosotros fueron el español de Largo Caballero y el francés de León Blum, que gobernaron por breves años, mientras la derecha lo consintió. Ahí estaban los comunistas ortodoxos que llegaron a ser verdaderos partidos de masas cuando el rápido avance de la democracia liberal les permitió superar el estado de larvas subterráneas y esa vocación de secta que distinguió en su hora, en los recodos rurales y las catatumbas, a los primeros cristianos.
La verdad sea dicha: de esos partidos europeos – flexibles, imaginativos, que conocieron la derrota pero también victorias parciales bien sonoras – lo único que heredaron sus pares latinoamericanos fue un vicio de origen y el peor defecto, el estalinismo, que allá fueron superando hasta conseguir erradicarlo del todo, hacia los años setenta. Dicha herencia gravita en la suerte que corre el Polo de tres años para acá. Siendo éste una de esas coaliciones del tipo a que aludí arriba, que logró perdurar arañando fragmentos del poder local. Y que ha mostrado, al menos hasta hoy, voluntad de permanencia. Tuvo sí apogeo en el 2006 con aquellos 2.600.000 votos, cifra descomunal, desconocida en la izquierda colombiana, que arrojó al partido liberal a un tercer lugar, en afrentoso descalabro del cual todavía no se repone.
Pero el germen de la crisis se incubó en el Polo desde su nacimiento. Porque a lo que se proyectó como un frente amplio de fuerzas diversas que convergieran en una mínima, esencial visión democrática del futuro, quisieron convertirlo en un partido. Y lo que por su origen y las fuerzas que lo integran (divergentes en mucho aunque convergentes en lo básico) es una coalición, mal puede obrar como un partido. La gama es muy amplia y la disimilitud de sus componentes no lo admite. Un anapista estilo Samuel Moreno, que solo sabe de clientelas y contratos, proveniente del peor populismo de derecha, el de su ilustre abuelo, mal puede coincidir con un marxista genuino. Y un burócrata sindical recalcitrante, mañoso como Dussán, devenido en congresista vitalicio, podrá entenderse con un humanista liberal como Carlos Gaviria, en algunas cosas pero no en todas. Casualmente fue el presidente Dussán quien causó la derrota de Gaviria con sus viajes a Caracas a reconfortar a Chávez en momentos en que éste volvía a amenazarnos con sus aviones rusos y le cortaba el combustible a Cúcuta. Entre Dussán y esa burocracia sindical (no los sindicatos, entiéndase bien) remolona y rutinaria que representa, de un lado, y del otro, el mamertismo criollo empeñado en transmutar al Polo en un partidito cerrado y sectario, a imagen y semejanza suya, provocaron la debacle. Tema que es el objeto de esta columna y sobre el cual ahondaremos más.
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