miércoles, 29 de julio de 2009

¿Batallones a la frontera?

Por José Obdulio Gaviria

El Tiempo, Bogotá

Julio 29 de 2009

¿Colombia y Venezuela ad portas de una guerra? ¡Hombre! ¡No ha nacido todavía el bárbaro que nos meta en eso! Siempre, quienes han pretendido crear ese clima belicista, han terminado aislados y olvidados. Somos una misma nación con dos personerías estatales. ¡Qué cuento de doble nacionalidad! Lo que hay es gente de la nación andino-caribeña con cédulas venezolana y colombiana. Somos el mismo pueblo, separado por una línea imaginaria. ¿Convocarnos a la guerra? ¿Movilizar batallones a la frontera? ¡Qué ridiculez! Las batallas se reducirían a intercambio de misiles con ojivas llenas de huevos, leche y pan, tirados para allá, y con timbos de combustible, recibidos aquí.

Ciertos fundamentalistas de la corriente ideológica que gobierna hoy a Venezuela quisieran meternos en una guerra civil. Hay ilustres antecesores de esos políticos belicosos: Boves, por ejemplo, quiso transformar la confrontación anticolonial en una pelea clasista y racista, de llaneros colombo-venezolanos, negros y mestizos, contra los, según él, explotadores blancos y ricos. El genio de Bolívar desmontó la tramoya y logró la liberación de la gran nación colombiana que hoy vive en los dos Estados.

En la Guerra de los Mil Días, los liberales venezolanos se comprometieron hasta los tuétanos con sus hermanos colombianos. Gobernaba Cipriano Castro, tachirense formado en el seminario de Pamplona, fervoroso seguidor de Uribe Uribe. En el Sitio de Cúcuta (1900), en cada orilla hubo liberales y conservadores indistintamente colombianos o venezolanos. Los liberales fueron acaudillados por el general Ruiz, negro nacido en Panamá, ex gobernador del Táchira, figura prominente de la Revolución Liberal Restauradora, un régimen de populismo ventiado y puño de hierro, que gobernó a Venezuela entre 1898 y 1945. Hoy, lo que algunos despistados añorarían es una guerra civil entre chavistas y uribistas. En Venezuela, muchos piden intercambio humanitario: Uribe para ellos y Chávez para nosotros.

En Colombia, a unos pocos les encanta la idea.

Hagamos una digresión. En una visita a Venezuela, Uribe, químicamente alérgico a gobiernos autoritarios de cualquier color, quedó perplejo con las loas de Chávez a los dictadores Cipriano Castro y Gómez. Vía un amigo hispano-venezolano, Sady Cohen, llegó a mis manos el libro de Suniaga, El pasajero de Truman. Leyéndolo se entiende el porqué de la proclividad gomecista de Chávez y de su gente (hasta el uniforme gubernamental, con camisa roja y pañoleta, es rezago de la cultura impuesta por esa dictadura). Los colombianos, en cambio, nos parecemos más al protagonista de la obra, Diógenes Escalante, o a Rómulo Gallegos y Betancur, dirigentes civiles que construyeron la, hoy, moribunda democracia venezolana.

No puede decirse lo mismo sobre Ecuador y el inefable Correa. Desde épocas del Libertador sufrimos las agresiones sureñas. Al pobre, enfermo como estaba, le tocó bajar a desbaratar una invasión de tropas ecuatorianas comandadas por Obando. Y el asesinato de Sucre, golpe aleve a la existencia de la Gran Colombia, se urdió por traidores colombianos desde campamentos asentados en territorio ecuatoriano. ¡¿Ven?! Es que desde esa época, ciertos delincuentes colombianos se han sentido inmunes en Ecuador. Ecuador es belicista, así lo ha demostrado a lo largo de su historia y no sobra estar atentos.

Aunque las causas profundas de la actual discordia tienen un contenido ideológico, Colombia, en particular Uribe, ha actuado con paciencia bíblica, haciendo caso omiso de las diferencias.

Pero no confundir paciencia con debilidad ni buen juicio con cobardía. La cooperación militar gringa es bienvenida porque fortalece el frente de lucha contra el terrorismo y su fuente de financiación, el narcotráfico. Es decir, será una cooperación que refuerce la lucha contra las Farc. Venezuela y Ecuador, al calificar esa cooperación como agresión, lo que hacen es una grave confesión: que prefieren la alianza con los terroristas y no con el Estado que los combate. ¡Muy grave!

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