Editorial
El Tiempo, Bogotá
Julio 30 de 2009
La nueva crisis en las relaciones colombo-venezolanas es realmente preocupante. El presidente Hugo Chávez apareció más vehemente que de costumbre y amenazó con afectar las relaciones económicas, siempre vitales, pero aún más trascendentales en momentos internacionales difíciles. Su coincidencia con otra rabieta de su colega Rafael Correa, de Ecuador, agranda el problema y vuelve a alimentar la imagen de una crisis regional, más que binacional. El retiro del embajador venezolano de Bogotá -que había sido restablecido hace apenas un par de meses- obliga a pensar que el rumbo de las relaciones con Caracas va en la misma dirección que las sostenidas con Quito.
Ojalá no sea así, pero las causas de la tormenta también son muy complicadas. Lo de las armas suecas vendidas a Venezuela y que aparecieron en manos de las Farc pone a Chávez contra la pared, como comentamos en nuestro editorial de ayer. El acuerdo, próximo a firmarse, entre Colombia y Estados Unidos para profundizar la cooperación militar no tiene marcha atrás. El incidente con Ecuador causado por el video del 'mono Jojoy' no se soluciona con la declaración de las Farc, que niegan su veracidad. El ambiente está enrarecido, sin salida previsible ni fácil, y definitivamente se agotó la etapa de buen entendimiento que se venía presentando entre Colombia y Venezuela.
El comunicado del gobierno colombiano expedido en el día de ayer es mesurado y contrasta con la folclórica exaltación con la que Chávez, un día antes, 'congeló' las relaciones. Lo cual es sensato de parte del presidente Álvaro Uribe, porque las respuestas en un tono igual de fogoso al que utiliza Venezuela solo sirven para subir el nivel de la confrontación. De igual manera, la larga historia de roces y reconciliaciones de la última década enseña que esta fórmula no es suficiente para asegurar la normalidad en las relaciones, ni para apaciguar al imprevisible Chávez. Las profundas diferencias que existen entre las visiones políticas de los dos gobernantes y el momento difícil que vive el continente obligan a pensar que no hay opciones muy distintas a la de mantener unas relaciones de agenda limitada y rifirrafes repetidos, con escasos espacios para la cooperación. Y que lo máximo que se puede esperar es controlar el número y la magnitud de los incidentes.
Desde esa perspectiva pragmática, la prioridad se centra en el tema económico. Hasta el momento, el comercio y las inversiones han tenido molestias y trabas, pero no se han visto afectados por los percances políticos y diplomáticos. Las estadísticas así lo demuestran. En su iracunda intervención del martes, Chávez volvió a amenazar con tocar las relaciones económicas y es de esperar que otra vez su discurso vaya mucho más lejos que sus actos. Al fin y al cabo, las compras de productos colombianos son fundamentales para una economía consumista e importadora, y las voces que claman por una sustitución por mercancías de otros países no son realistas. Sobra decir que para Colombia el mercado del país vecino también es crucial. Las dos naciones son interdependientes y en tal condición deberían ser capaces de mantener los flujos comerciales y de inversiones al margen de los problemas de otro orden.
La importancia de lo que está entre manos obliga a hacer un llamado a la cordura, así se haya convertido en un lugar común. Pero la prudencia de los gobernantes, la mesura de las fuerzas de oposición y el rigor de los medios de comunicación son indispensables para evitar que el malestar aumente y que se escale el conflicto. Lo ideal es detener la serie de altibajos que desde hace años ha impedido una relación más rica y constructiva. Una meta que no parece posible a corto plazo, pero que, al mismo tiempo, no puede dejar de ser el norte de la política exterior colombiana a la larga.
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