Por Paloma Valencia Laserna
Julio 25 de 2009
Una pregunta que se hacen muchos colombianos es por qué el presidente Uribe no ha dado una respuesta definitiva sobre si aspira a la reelección. La razón, por supuesto, sólo la conoce él mismo, pero hay algunas observaciones sobre la realidad y la política colombiana que ayudan a interpretarla. Lo que acaba de suceder en el Congreso, donde la coalición uribista traicionó lo pactado acertando un duro golpe a la gobernabilidad, es un claro ejemplo de ello.
En una democracia ideal los partidos tienen sólidos compromisos con programas políticos y su respaldo a las iniciativas gubernamentales atiende a que ellas se plieguen a esa visión sobre la realidad. El caso colombiano dista mucho de aquel ensueño. La mayoría de los congresistas están unidos en partidos por mera casualidad y el abanico ideológico es tan amplio como inconsistente. Ello implica que cada congresista es una microempresa electoral; ha de buscar todos los medios que garanticen su futura reelección como cuota individual e irremplazable y atender cada requerimiento gubernamental de acuerdo a su peculiar percepción de lo conveniente.
Esa tensión entre garantizar la reelección y evaluar las iniciativas de acuerdo a su propia noción de lo que el país necesita termina por premiar el interés en la continuidad personal. Las convicciones individuales rara vez son lo suficientemente fuertes y completas para resistir ante el embate de la vanidad. Es así como los congresistas terminan negociando cada iniciativa de acuerdo a su conveniencia particular. Esto no necesariamente implica corrupción. Se refiere, más bien, a buscar posicionarse ante los electores de acuerdo con las expectativas que ellos tienen.
¿Qué espera usted del congresista por el que votó? Los electores colombianos aspiran a diferentes cosas. Algunos quieren oposición, los otros respaldo para el Presidente. Hay quienes desean carreteras, luz, acueducto y obras para su comunidad. Otros buscan beneficios personales o beneficios legales para su sector económico.
Así el Gobierno colombiano tiene que negociar prácticamente con cada congresista para recaudar su apoyo, ofreciendo o comprometiéndose a saciar las aspiraciones del congresista, encaminadas a darse continuidad (que son las aspiraciones de sus electores).
La reelección se convirtió en un mecanismo formidable para mantener la gobernabilidad y presionar el cumplimiento de los pactos partidistas sin negociación individual. Aunque la reelección sea sólo una idea, un presidente con un amplio respaldo popular, como Uribe, puede convertir ese respaldo en una razón suficiente para que los congresistas apoyen su proyecto. Cada congresista presiente que puede obtener réditos electorales al estar cerca del Presidente. La mayoría respeta los pactos de los partidos, no por fidelidad a los compromisos ideológicos sino como un mecanismo para obtener impulso en su propia campaña electoral.
Entre más convencidos están los congresistas de que el Presidente se va a reelegir, más respetan los pactos partidistas y ello da continuidad a los proyectos del Gobierno. La incertidumbre sobre la reelección había mantenido la gobernabilidad. El hecho de que la coalición se haya roto sólo muestra la creciente impresión de que Uribe no será reelegido. Cada congresista vuelve a buscar el impulso para su propia reelección individualmente.
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