viernes, 31 de julio de 2009

Rechazar la interferencia chavista en la negociación Bogotá-Washington

Por Eduardo Mackenzie

30 de julio de 2009


Chávez lanza sus amenazas y observa. Vocifera y fustiga la imaginaria “locura guerrerista de la élite que gobierna Colombia" y, al mismo tiempo, escruta a los dirigentes y a la ciudadanía “neogranadinas”, como dicen en Caracas. Chávez observa el impacto que tienen sus horribles gritos entre sus vecinos. El crea esa crisis pues el momento es propicio. Estamos en el umbral de una campaña presidencial que va a ser decisiva y no sólo para los colombianos. Para el régimen chavista las elecciones de 2010 son terriblemente importantes. Hugo Chávez, entonces, en medio de un pantano del que no sabe cómo salir, anda con cien ojos para ver qué hacen y qué dicen los colombianos en esta nueva coyuntura grave, de suspensión de relaciones diplomáticas y de brutal perturbación unilateral del comercio binacional, que él mismo ha disparado.

El hombre escucha detrás de la puerta lo que discuten, en público y en privado, los miembros del gobierno colombiano, los políticos, los empresarios, los editorialistas, los sindicalistas, el clero. Quiere saber cuánto saben ellos y cómo analizan y cómo tratan ellos esta nueva fase de insultos y brutales intimidaciones. Qué mejor momento, dice él, para sentir el pulso de un país indescifrable, obcecado y tenaz, que le lleva la contraria al gran jefe de la revolución “bonita”, y que no comprende todavía que el bolivarismo, a pesar de su bancarrota espectacular, le prepara al mundo un paraíso con ríos de leche y miel.

Ponerle una enorme mordaza a Colombia es la consigna. La provocación es el método. Los agentes chavistas y la inefable Telesur se activan. Ellos están escudriñando incluso a sus propios amigos, a la secta polista, a los secuaces de las Farc y a los senadores de la antipatria que en otras ocasiones callaron o rompieron el espíritu de unidad nacional que emergía ante la crisis con el vecino pendenciero. Esta vez hay que sembrar la cizaña más profundamente.

Crucial para el Alba y para el Foro de Sao Paulo es saber quien está maduro en Colombia para recibir, sin vomitar, el apoyo financiero de Caracas para la batalla electoral que se prepara. Decisivo es para ellos ampliar el número de sus militantes en el Senado y en la Cámara de Representantes colombiana, sin dejar de lado una mejora de la situación en los niveles inferiores del poder regional y municipal colombiano.

Los candidatos a esa piñata siniestra están entre quienes siembran la discordia y se atreven a aconsejarle al presidente Álvaro Uribe que deje pasar las cosas en silencio, que no denuncie el rearme ni las atrocidades de las Farc y que calle la complicidad del poder venezolano en todo ello. Algunos ya han dado la tónica. ¿No dijo el otro día una conocida senadora ultra que “la cosa es con diplomacia y no con declaraciones”? La orden de Caracas es que el asunto de los lanzacohetes sea archivado sin tardar, pues los suecos están pidiendo explicaciones y la imagen de Chávez se ha deteriorando aún más por ese nuevo escándalo.

Nadie puede ignorar que este asunto de los AT-4 podría ocultar otro hecho: la presencia de militares venezolanos en las filas de las Farc. Pues el traspaso a las fuerzas narco-terroristas de esas armas sofisticadas no podría hacerse sin instructores y asesores bien entrenados.

Pero no sólo estamos ante un plan mordaza. Lo que busca Chávez es peor: el quiere arrebatarle a Colombia su soberanía nacional. “Venezuela considera que el acuerdo militar que negocian EE.UU. y Colombia debería ser tratado en la Organización de Estados Americanos (OEA), entre otras instancias internacionales”, dijo el embajador venezolano. Gustavo Márquez propone, además, que Unasur, una creatura de Hugo Chávez donde está excluida la presencia de Estados Unidos, decida el tema del acuerdo militar con Estados Unidos. Otros van a pedir que ese acuerdo sea revisado también por el Consejo Sudamericano de Defensa, un engendro Lulo-chavista, creado en diciembre de 2008. Si Colombia no puede negociar de manera independiente y sin interferencias grotescas un acuerdo militar con Estados Unidos, sino que tiene que pasar por las hordas caudinas de los aparatos chavistas, y por instancias dirigidas por servidores del chavismo, como es la oficina que dirige José Miguel Insulza, Colombia habrá entregado a Caracas el control de su política interior y exterior.

Antes de exigir tales necedades, Hugo Chávez debería explicar por qué no pidió lo mismo cuando el presidente Luis Inacio Lula da Silva negoció, sin la menor injerencia de la OEA, ni de Unasur, un acuerdo militar estratégico con Francia, en diciembre de 2008. Este, sin embargo, incluye compras de armamentos a París por cerca de nueve billones de euros, la adquisición de cuatro submarinos de ataque Scorpène, y otro de propulsión nuclear, sin olvidar el punto de la construcción en Brasil de una fábrica de helicópteros militares EC-725.

El jefe de la revolución “bolivariana” debe saber, por otra parte, que Colombia no puso el grito en el cielo cuando Venezuela estableció con la Rusia de Putin-Medvedev una inquietante alianza estratégica que incluye la adquisición de armamento por valor de 4,5 mil millones de dólares, la llegada a Caracas de aviones de combate rusos de última generación y hasta la producción de fusiles rusos en suelo venezolano. Bogotá tampoco se inmutó cuando el presidente Chávez invitó a Moscú a hacer maniobras militares en el mar Caribe. Chávez vocifera y se dice partidario de la “independencia” de Latinoamérica. Empero, con el mayor cinismo, él le abre las puertas del continente a los intereses rusos y al fundamentalismo iraní.

Lo que está quedando claro de esta nueva ofensiva anti colombiana de Hugo Chávez es que la negociación entre Bogotá y Washington sobre la presencia de Estados Unidos en algunas bases colombianas, para luchar contra el narcotráfico y el terrorismo, es algo de importancia capital para la estabilidad y la prosperidad de Colombia. Álvaro Uribe y su equipo deberán llevar a término, en la más grande autonomía y sin las interferencias que tratan de ponerle los enemigos de la libertad, esa negociación. Y cuidarse mucho de la propuesta que consiste en introducir a Brasil en este asunto, en calidad de mediador entre Bogotá y Caracas, pues Brasilia, en vista de sus enormes intereses, está lejos de poder ser neutral en el juego complicado de poderes del continente.

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