Editorial
El Colombiano, Medellín
Julio 26 de 2009
No puede ser una casualidad que el depuesto presidente de Honduras, Manuel Zelaya Rosales, haya escogido el 24 de julio como el día para regresar, de forma irresponsable, a su país. No es difícil descubrir que, justamente, en el aniversario del natalicio del Libertador Simón Bolívar, quienes se creen su reencarnación, así lo hayan decidido.
No importa el pueblo hondureño. No importa la democracia. Sólo importó para Zelaya, como fiel alumno de la doctrina del Socialismo del Siglo XXI, hacer un show mediático y, de paso, seguir posando de víctima y de demócrata.
¿O qué explicación podría darse a su pantomima de entrar unos metros más allá de la frontera de Nicaragua con su país y después devolverse, aparentando querer preservar la estabilidad institucional que él mismo había socavado desde que pretendió modificar
De nuevo, a Zelaya no le funcionaron los cálculos politiqueros, porque en vez de una frontera militarizada, con un piquete de oficiales prestos a detenerlo, encontró un nuevo ofrecimiento: Micheletti estaría dispuesto a dejar el poder, con la condición de que el depuesto presidente asuma la responsabilidad de sus delitos, tal como se lo dijo en entrevista a EL COLOMBIANO, el pasado jueves.
Incluso, ante el precipitado e insulso papel que han jugado en esta crisis organismos como
No obstante que lo habíamos advertido en el Editorial del pasado 1 de julio, en el sentido de que "todo indica que el apoyo internacional no será suficiente para que Zelaya pueda regresar", hay que destacar el esfuerzo hecho por el presidente de Costa Rica, Óscar Arias, al buscar una salida negociada entre las partes.
Ojalá que la solución que encuentre Honduras sea democrática, de acuerdo con su Constitución y sus leyes y, ante todo, favorable al bien común y no a los intereses del llamado Socialismo del Siglo XXI.
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