Por Fernando Londoño Hoyos
El Tiempo, Medellín
Julio 30 de 2009
Tenemos los colombianos una deliciosa manera de ignorar los problemas más graves que se nos vienen encima. Este de ahora puede suponer la ruptura de la unidad nacional y la anexión al Ecuador de los departamentos del sur. El asunto no sería tan nuevo, bien lo sabemos.
Blandiendo amenazadores garrotes, para garantizar la seriedad del anuncio, miles de indígenas, reales o supuestos, han recorrido el Cauca comunicando la decisión de expulsar para siempre de su territorio ancestral a todos los "actores armados". La rebelión iba dirigida por tres facinerosos europeos, autorizados por la inexistencia del DAS, y quedó refrendada con la bendición del delegado de
Si alguno no cae todavía en el núcleo del asunto, le diremos que los actores armados son las Farc y el Ejército Nacional. Ambos igualmente detestables y peligrosos para la paz de esos colombianos tan sui géneris. Y el plazo para el desalojo es perentorio, de apenas tres meses. Los soldados tendrán que preparar su parco equipaje, desmantelar sus bases y organizar su trasteo, en el que no podrán olvidar los jirones de la dignidad nacional que dejan atrás. Los de las Farc dirán que se van, para quedarse mejor establecidos.
El "actor armado" que cae bajo el desahucio mamerto indígena es el que representa la soberanía de
Los rebeldes saben muy bien de lo que hablan. Porque en San José de Apartadó tienen montada una empresa similar. A donde no llegan nuestras leyes, donde no se iza nuestra bandera, donde no mandan nuestras autoridades. Esa atroz concesión de la soberanía la hizo algún Presidente con muy limitada concepción del Estado como realidad política. San José de Apartadó se mantiene como territorio separado, ocasión para que opere, además, el pingüe negocio que tienen montado los de cierta Comunidad Intereclesial, que serán también los directores de esta otra orquesta separatista. Explotar esa rara mezcla de filantropía internacional, de remordimientos colonialistas y de simpatías marxistas produce, además de poder, dinero en abundancia.
Lo del Cauca es mucho mayor. Los que insisten en ser indios saben muy bien las cartas que se juegan. Sus viejos chantajes les dejaron el negocio fabuloso de tierras donadas para la contemplación de la naturaleza, porque no los alcanza aquello de la función social de la propiedad. De encima, tienen una renta gigantesca, mayor que la de gran número de los departamentos colombianos, sin las complicaciones de contralorías que vigilen, de procuradurías que exijan el cumplimiento de las normas fiscales, y de jueces que sancionen las familiaridades que con ellas se cometan. Y ahora van por el último viaje. Que salga el Ejército, para que la tarea quede plena y para que luego decidan si se dignan permanecer en Colombia o si se trastean, con unos centenares de miles de blancos, negros y mestizos, que serán sus siervos, al Ecuador. Más pronto que tarde, los de Nariño se sumarán a la causa. Porque también tendrán su lista de infamias para proponer. Los promotores de la secesión tienen mucho que ganar. Como, por ejemplo, una franquicia para negociar cocaína.
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