viernes, 24 de julio de 2009

Las bocas cerradas de la noche

Por Oscar Tulio Lizcano

La Patria, Manizales

Julio 24 de 2009

Algunos medios de comunicación empiezan a reseñar las historias del libro “Años en silencio”, publicación que recoge algunos hechos que sucedieron durante mi secuestro. Es un relato de 271 páginas que revela espeluznantes testimonios sobre el amor, traición y muerte contadas en más de 50 crónicas logrados a partir de un riguroso trabajo de campo. Durante varios meses me dediqué a entrevistar a seis de los 17 carceleros que me tuvieron bajo su mando y, además, hablé con otros guerrilleros de menor rango que ahora son desmovilizados.

Confieso que desde mucho antes de mi fuga pensé que si acaso regresaba a la libertad, era mi obligación ser mensajero de los horrores que se viven en las entrañas de las Farc. Asumí entonces la tarea de investigar aquellos hechos dolorosos que escuché de manera incompleta en la selva, pues la estrategia del grupo armado siempre fue mantenerme desinformado del acontecer en los campamentos. Es pues, un misterio conocer cómo son sus vidas al interior de su organización.

Por ese motivo, se ha publicado que yo conozca el caso de Tacueyó, en el Cauca que revela de manera seria y objetiva cómo opera internamente esta organización con más de 40 años de estar en guerra con el Estado. El país conoció la peor masacre de la historia de la guerrilla colombiana cometida entre noviembre de 1985 y enero de 1986, cuando el comandante guerrillero de las Farc Javier Delgado -conocido como el “Monstruo de los Andes”-, en compañía de Hernando Pizarro León Gómez, asesinaron a 164 de sus compañeros. La mayoría, eran jóvenes campesinos y universitarios que habían ingresado a las filas de esta organización.

Los dos hombres sometieron a sus camaradas a torturas, obligándolos a aceptar que eran infiltrados del Ejército. Sin embargo, era imposible que varios de ellos de apenas 15 años de edad, fueran suboficiales. Ahora, 20 años después, sus actos poco o nada han variado, como lo demuestro en las casi 50 crónicas que componen mi libro.

Me acerqué sin odios a mis victimarios, entre ellos a Isaza, sólo con la intención de preguntar y volver a preguntar cuando las dudas me aparecían. También leí documentos buscando sopesar la veracidad de los testimonios y construir el contexto interpretativo como lo señala la extraordinaria periodista y profesora universitaria Patricia Nieto, en el prólogo del libro Escribiendo historias, escrito por el maestro del periodismo colombiano, Juan José Hoyos. Según Nieto, es necesario “exponer en cuerpo y alma al acontecimiento con el fin de comprender”; y toma las palabras de Juan José para afirmar que la tarea de retratar la realidad exige “medir al mundo con el corazón abierto para tener el poder de narrar la vida en toda su complejidad”.

Los relatos de mis secuestradores me dieron pistas para colmar ese afán de conocer la verdad. Con avidez insaciable busqué documentos escritos, audiovisuales, transcripciones de interceptaciones en manos de los organismos de inteligencia del Estado, y hablé con campesinos y autoridades locales donde estuve secuestrado. Grabé cien horas de entrevistas no sólo a los ex combatientes sino a militares que participaron en varios de los operativos para mi rescate. Tampoco pude resistir la tentación de viajar a los lugares de la selva donde ocurrieron algunas de las historias.

Entonces, queda claro que estas crónicas no podían ser un relato anecdotario de mis años de dolor. Como lo señalo en el prólogo, “debería ser un faro que iluminara las entrañas de ese monstruo en el que estuve atrapado por más de ocho años. Si los colombianos logran conmoverse al auscultar a través de esa luz el horror de la guerra, creo que yo habré hecho una mínima contribución a la consecución de la paz”.

No pretendo con esta columna promover su lectura. Quiero, replicar el testimonio del poder de la escritura. Lo más gratificante de ese cara a cara con mis victimarios, fue sentir la ausencia del odio. Esa paz fue la que me permitió enfrentarme a la página en blanco y dejar para la historia un testimonio de la barbarie de nuestra guerra. Como escribe el poeta Miguel Hernández, se empieza a abrir las bocas cerradas de la noche.

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