miércoles, 22 de julio de 2009

¿Optimismo o pesimismo latinoaméricano?

Eduardo Ulibarri*

El Heraldo, Barranquilla

Julio 20 de 2009


El domingo 28 de junio fue un día de sombra para la democracia latinoamericana. Pero también, y de forma más discreta, lo fue de luz.


La sombra: el torpe golpe de Estado en Honduras, trágico desenlace del conflicto de poderes generado por el furor reeleccionista del presidente Manuel Zelaya.


La luz: los comicios legislativos en Argentina y las primarias de los tres principales partidos de Uruguay, ambos muestras de normalidad democrática.


Tres días después, Ricardo Martinelli sustituyó a Martín Torrijos como Presidente de Panamá, la quinta persona en llegar sucesivamente al cargo por voluntad popular.


Y el domingo siguiente, la votación para renovar
la Cámara de Diputados produjo un nuevo balance político en México: la dinámica electoral plenamente incorporada al sistema.


Si todos los casos mencionados representaran puntos en una contienda entre democracia y arbitrariedad, podríamos decir que, en el lapso de ocho días, el resultado fue de cuatro a uno. Nada mal.

La gravedad del punto en contra (nada menos que un golpe) supera en mucho a cualquiera de los obtenidos a favor. Sin embargo, la importancia de estos últimos en el proceso de consolidación democrática del hemisferio no puede desdeñarse.


Además, todos comparten otro interesante rasgo: reflejan o auguran un cambio en la dirección del péndulo político-electoral latinoamericano, desde diversas posiciones de izquierda –algunas populistas o autoritarias; otras responsables-- hacia opciones, también diversas, de centro o centroderecha.


En Argentina, la presidenta Cristina Fernández, su esposo y antecesor, Néstor Kirchner, y su dominio del partido Justicialista (peronista) sufrieron un catastrófico revés, al perder mayoría en
la Cámara de Diputados y retroceder en el Senado.


El de Uruguay fue, apenas, un proceso interno de los partidos para designar candidatos presidenciales. Pero tuvo importante significado.


Los afiliados del Frente Amplio, coalición de izquierda actualmente en el poder, sucumbieron a la tentación de escoger al pintoresco ex tupamaro José “Pepe” Mujica como abanderado. Su figura dará colorido a la campaña, pero es difícil que una mayoría de ciudadanos lo vea como digno sucesor de Tabaré Vázquez, quien impulsaba a otro aspirante.


De este modo, han aumentado las posibilidades de que el ex presidente Luis Alberto Lacalle, triunfador en la convención del Partido Nacional y propulsor de un pragmatismo de centroderecha, gane las elecciones en octubre.


Sobre la tendencia ideológica del presidente Martinelli no hay duda alguna: él mismo se ha definido de “derecha” y se presenta como el iniciador de una “nueva corriente” política en el hemisferio, distanciada de la izquierda.


Existen incógnitas sobre el desempeño que pueda tener en el Gobierno, menos por su ideología, y más por su falta de experiencia y la heterogeneidad de la coalición que lo apoya. Pero el rumbo es claro.

En México, los votantes, agobiados por la crisis económica y la violencia, castigaron con fuerza al presidente Felipe Calderón y su Partido Acción Nacional (PAN), de centroderecha, que perdió 59 de 206 diputados. Pero, a la vez, propinaron una demoledora derrota al izquierdista Partido de
la Revolución Democrática (PRD), que redujo su representación de 127 a 76.


El gran triunfador fue el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Posicionado en el centro y con nuevos aires reformistas, multiplicó por más de dos sus escaños (de
106 a 238) y saltó del tercer al primer lugar en el Congreso.


Entonces, ¿optimismo o pesimismo sobre Latinoamericana? Hay para escoger. Pero es evidente que los rasgos específicos y las señales comunes en Argentina, Uruguay, Panamá y México, justifican lo primero y revelan cómo la democracia evoluciona, para bien, allí donde la voluntad popular puede expresarse.

*Analista político costarricense-cubano.

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