Fernando Londoño Hoyos
Julio 21 de 2009
Nos parecen pocas las tres bases militares de aviación que nuestra Fuerza Aérea compartirá con la de los Estados Unidos. Quisiéramos más. Para la alianza de todos los pueblos libres contra el narcotráfico, no hay esfuerzo excesivo ni precaución sobrante. El narcotráfico nos mata, nos corrompe, nos compromete como sociedad civilizada. Y siempre nos pareció corta la ayuda que el gran país del Norte nos ofrecía para combatir ese cáncer. Ahora, cuando gracias a la torpeza del Presidente del Ecuador pone a nuestra disposición y para nuestro remedio una parte sustantiva de su Flota, tenemos la irrepetible oportunidad de fortalecer estos vínculos, mejorar nuestras pistas de aterrizaje, multiplicar la vigilancia sobre cielos y mares, y como si fuera poco, adiestrar nuestros pilotos y nuestros mecánicos y nuestros ingenieros aeronáuticos en la tecnología del Siglo XXI.
No podía faltar el escándalo mamerto porque queramos aprovechar esta ocasión fantástica. Ya Chávez y Evo Morales y Rafael Correa y Daniel Ortega nos han llamado traidores a
Cumplidos tantos esfuerzos y hechas tantas inversiones, siempre estamos cortos en la disposición de armamento y de naves para controlar nuestras porosas costas y nuestros cielos, demasiado amplios. Es preciso que nos ayuden, que cooperen con nuestra causa y que pongan a nuestro alcance todo eso que precisamente hoy nos ofrecen.
En el convenio que se está celebrando, dicho por el señor Embajador Brownfield, modelo de precisión diplomática donde la haya, esas bases funcionarán bajo la dirección de Colombia, las operaciones se cumplirán siguiendo nuestras órdenes y en cada vuelo parte de la tripulación será colombiana. ¿Se puede mostrar más claridad y buena voluntad y respeto más amplios? Los Estados Unidos saben el costo que tendría para sus intereses perder un socio como Colombia en esta lucha contra los que llenan de drogas y de terror sus calles. Pero también saben que nos va la vida en ese trance. O le ganamos la guerra a esa mafia, o estamos perdidos.
Las incautaciones de droga en el último año han sido gigantescas. Por allá, en el pacífico ecuatoriano, han caído centenares de toneladas de cocaína en las famosas lanchas rápidas, y en los barcos que en alta mar las reciben y en los aviones fletados para llegar a Centroamérica o a México con los cargamentos malditos. Algo parecido a lo que ha ocurrido sobre las aguas del Atlántico, ya menos utilizadas por los traficantes. Pero queda mucho por hacer. A pesar de que ya tenemos aviones equipados para rastrear los que cruzan nuestras fronteras inmensas, que son norteamericanos por si alguno lo ignora, falta muchísimo más. Que es lo que conseguiremos con esta nueva forma de cooperación y entendimiento con nuestro aliado natural en esta empresa.
América está ardiendo por sus cuatro costados. México vive una verdadera guerra civil. Todos los países centroamericanos padecen la más cruel de las violencias. Brasil y Argentina no saben qué cosa hacer con esta mafia nueva, que quieren negar callando, hasta donde pueden, sus crueles agravios. Los países del Caribe están tomados por estos detestables barones de la guerra. Todos ellos, si fueran sensatos y honestos, debieran felicitar nuestro coraje para soportar la avalancha mamerta y para celebrar un gran convenio con los Estados Unidos, principio de muchas formas nuevas de aproximación y recíproca comprensión. ¡Qué vengan más aviones, y más pistas y más tecnología de punta para formar nuestra gente!
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