miércoles, 29 de julio de 2009

El plan sanitario de Obama se hunde

Por Charles Krauthammer

Diario de América, Washington

Julio 27 de 2009

¿Qué pasó con el plan sanitario Obamacare? Que la retórica se topó con la realidad. Tanto cuando era candidato como siendo presidente, el maestro de la retórica supo conjurar un mundo en el que él oficia su entrada al paraíso sanitario: más cobertura, a menor precio.

Pero no se puede engañar llegada la legislación. Una vez que traslada sus fantasías a palabras y cifras, la Oficina Presupuestaria del Congreso entra en escena y anuncia que el emperador está desnudo.

El Presidente Obama justificó la necesidad de reforma con la afirmación de que el gasto médico está destruyendo la economía. Es cierto. Pero ahora descubrimos -- ¡sorpresa! -- que la cobertura universal eleva el gasto. Los planes sanitarios de los congresistas Demócratas, afirma la Oficina Presupuestaria, elevan el gasto por encima del billón de dólares.

En respuesta, el presidente retrocedió posiciones hasta un anuncio de que cualquier ley aprobada por él no supondrá un gasto adicional. Pero es el objetivo erróneo clásico: Si la acuciante urgencia de la reforma sanitaria reside en reducir de manera radical los gastos que están dando lugar a déficits tan elevados que destruyen los presupuestos, financiar la nueva ley mediante recortes sin incurrir en gastos adicionales (por definición) nos lleva exactamente por los mismos derroteros a la insolvencia que Obama en persona afirma son insostenibles.

Las propuestas Demócratas son aún peores. Dado que ellas sí elevan el gasto, financiar la ley sin gasto adicional se traduce en equilibrar las subidas de los impuestos. No es que sea demencialmente anti-estimulador lastrar a una economía acusadamente deprimida con un incremento del impuesto sobre la renta que cae como una losa sobre las pequeñas industrias y la clase inversora. Es que además la reforma sanitaria acaba acaparando para sus propios fines una fuente de recaudación que de lo contrario se podría utilizar para extinguir el lúgubre déficit presupuestario estructural que supone tamaña amenaza para la economía y para el dólar.

Estas contradicciones cegadoramente evidentes son el motivo de que los planes sanitarios Demócratas se derrumben bajo su propio peso -- a manos de Demócratas. Es Max Baucus, el secretario Demócrata del Comité de Financiación del Senado, quien decía que Obama era de poca ayuda por descartar la gravación del seguro de trabajo como forma de financiar la cobertura ampliada. Son los Demócratas conservadores de la Cámara los que se sobresaltaban hace apenas unas semanas ante el astronómico coste de la reforma sanitaria tras haber ingerido la cicuta dispensada por Obama de un impuesto ruinoso en forma de sistema de intercambio de emisiones contaminantes.

El presidente está por tanto comprensiblemente impaciente por convertir esto en un enfrentamiento entre Demócratas progresistas y Republicanos reaccionarios. Aprovechó los comentarios del Senador Republicano Jim DeMint diciendo que detener a Obama en el terreno de la sanidad iba a dividir su presidencia para protestar, con impecable artificialidad, diciendo que "esto no tiene que ver conmigo. Tiene que ver con la política".

Todo tiene que ver con él. La sanidad es su reforma insignia. Y sabe que si no alumbra nada, se juega la misma magia que le condujo a la presidencia y que al mismo tiempo le ha mantenido inmune a la dificultad los seis primeros meses. Lo cual es el motivo de que los límites de Obama estén en permanente cambio. ¿Cobertura universal? Puede que no. ¿Subida de los impuestos a la clase media? Bueno, quizá, pero sólo si ella no acarrea "principalmente" el peso. Dado que él no tiene nada que ver, Obama está muy dispuesto a aprobar cualquier cosa mientras lleve el epígrafe de "reforma de la sanidad".

¿Que no tiene nada que ver con política? ¿Entonces cómo es que, por poner el ejemplo más insigne, en este grandioso debate de la sanidad no escuchamos ni una palabra acerca de las peores fuentes de derroche en la medicina estadounidense: el gasto demencial y las primas arbitrarias de nuestro sistema de protección de demandas por negligencia?

Cuando un neurocirujano tiene que pagar 200.000 dólares al año en concepto de seguro por negligencia antes de encender siquiera la luz de su consulta o contratar a su auxiliar, ¿quién cree usted que paga? Los pacientes, en forma de minutas médicas más elevadas que cubran el seguro.

Y con un sistema de conciliación de grandes cifras que concede un dineral a un demandante mientras los demás no reciben nada -- y la tercera parte de todo se la quedan los abogados -- ¿de dónde cree usted que sale ese dinero? De las aseguradoras, que a continuación le pasan a usted el gasto en forma de pólizas más caras.

Pero el mayor derroche se da en el coste encubierto de la medicina de defensa: exámenes y pruebas que los médicos solicitan sin ningún otro motivo que protegerse de posibles demandas. Todo galeno sabe, igual que yo lo sabía cuando ejercía hace años, en cuánto gasto médico innecesario se incurre con vistas no a la medicina sino al pleito.

La reforma del sistema civil de justicia produciría decenas de miles de millones de ahorro. Pero aun así no aparece por ninguna parte en las propuestas de ley Demócratas. Y Obama no dijo esta boca es mía sobre ello a lo largo de la hora entera que duró su rueda de prensa sobre sanidad. ¿Por qué? No es ningún misterio. Los Demócratas dependen como parásitos de las colosales donaciones que realizan los picapleitos.

¿No nos prometió Obama una nueva política que anteponga a la gente a los grupos de intereses especiales? Claro. Y ahora promete atención médica ampliada, independiente del puesto de trabajo, sólida y de superior calidad -- ¡a un precio menor! Lo único que no ha prometido es extirpar la maldad del carácter humano. Esa legislación será presentada la próxima semana.

© 2009, The Washington Post Writers Group

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