martes, 3 de noviembre de 2009

El síndrome Arango Bacci

Germán Danilo Hernández

El Universal, Cartagena

Noviembre 3 de 2009

El penoso episodio que comprometió la brillante carrera militar, el buen nombre y la tranquilidad familiar del contralmirante Gabriel Arango Bacci pasará a la historia como símbolo de las estrategias de las altas esferas de poder, para quitar del medio a quienes por cualquier razón les resulten incómodos.

El proceso en su contra, que se aproxima al final, deja en evidencia un entramado de intrigas, maledicencias y bajas pasiones al interior de la Armada Nacional, Institución que paradójicamente se yergue como baluarte del honor y la pulcritud.


De ser un distinguido oficial, un ejecutivo de alto rendimiento y reconocido hombre de bien, Arango Bacci pasó en cuestión de horas a ser señalado como delincuente, sometido al escarnio público y encarcelado, ante la sorpresa e incredulidad de muchos.


Su altivez y convicción de inocencia no convencieron en principio a quienes lo acusaron y lo procesaron, e inclusive a muchos colombianos a los que la coexistencia entre charreteras y crimen no les resulta extraña.
No obstante, había algo en el vilipendiado Contralmirante que marcaba diferencias con otros protagonistas de escándalos similares. Su frente en alto, mirada transparente y voz firme, entrecortada en ocasiones por incontenibles sollozos de impotencia, transmitían certeza y credibilidad en su sostenida afirmación de ser víctima de un complot.


Tales actitudes no suelen ser por sí solas argumentos que refuten pruebas jurídicas, pero sumadas al inquebrantable respaldo que desde el principio le brindaron sus verdaderos amigos, y a la sistemática desarticulación de acusaciones, han dado lugar a una contundente defensa, que parece estar próxima a conseguir la declaratoria de inocencia del implicado.


Luego de 16 meses de permanecer recluido en una guarnición militar, Arango Bacci ve como los cargos de concierto para delinquir agravado, cohecho propio, revelación de secreto y prevaricato, formulados en su contra, se han diluido, motivando la decisión de
la Fiscalía de desestimar las “pruebas” presentadas y a la eventual solicitud de absolución de la Procuraduría. La luz de la libertad se asoma al final del túnel de la infamia que le hicieron recorrer.


¿Terminará este proceso solamente con la libertad del Contralmirante y la posible presentación de excusas por parte del alto mando militar?


Probablemente el país nunca conozca cuales fueron las verdaderas razones que motivaron el montaje de descrédito de una de las más prominentes figuras de
la Armada Nacional, o tal vez la anunciada apelación ante las cortes internacionales permita develar el misterio.


Lo único claro hasta el momento es que si tales procedimientos de desprestigio y “eliminación” se montan contra un oficial de alto rango y desde la institución militar se evidencia la confección amañada de pruebas para manipular la justicia, ¿que puede esperarse cuando el “personaje incómodo” no tiene tal distinción?


En toda guerra la primera víctima es la verdad y en Colombia se libran varias, en las que los enemigos se eliminan con plomo, confinación o desprestigio. Con esta última técnica los acusadores pasan a acusados, los denunciantes a investigados y los inocentes terminan apresados; son los síntomas de una sociedad moralmente decadente que bien se podrían denominar ahora como el “Síndrome Arango Bacci”.

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