Ernesto Yamhure
El Espectador, Bogotá
Noviembre 19 de 2009
Desde la cresta esquizofrénica en la que se halla, el dictador Chávez arremetió una vez más contra Colombia, haciendo uso de su ya conocido listado de ofensas e improperios.
No es la primera ni la última vez que Chávez ultrajará al presidente Uribe a quien desde enero del año pasado viene calificando de “mafioso, maniobrero, mentiroso, cobarde, paramilitar” y otros adjetivos del mismo calibre.
Llama la atención la hombría y la valentía del teniente coronel acostumbrado a despacharse contra el presidente de Colombia desde su resguardo, pero que se pone del tamaño de una pulga cuando lo tiene al frente. Cuánto difiere el Chávez rústico que vemos en los “Aló Presidente” del fantoche acobardado y ridículo que se presenta en las cumbres regionales donde coincide con su homólogo colombiano.
El comité de aplausos de la satrapía venezolana poco a poco va recibiendo nuevos integrantes. El último en solicitar admisión fue el ilustrísimo ex presidente Ernesto Samper —al que le gustan los “diamanticos pero preciosos” que le regalaba la monita retrechera—. Entristecido por la falta de micrófono en Colombia, le ha dado declararle lealtad y respeto al inquilino de Miraflores.
Mientras Colombia entera cierra filas frente a la declaración de guerra de Chávez, respaldando la prudente decisión del Gobierno de guardar silencio y remitirles el caso a los organismos multilaterales, el doctor Samper viajó a Caracas —allá no le piden visa—, ciudad desde la que criticó la decisión colombiana de acudir al Consejo de Seguridad de la ONU para que evalúe el alcance de las amenazas del gobernante venezolano.
Samper prefiere que Unasur —es decir el Foro de São Paulo— dirima la controversia. El ex presidente liberal ha roto muchas tradiciones, empezando por las que hacen referencia a la financiación de las campañas políticas, que otrora recaía en empresarios y personas honorables. También existía una norma no escrita respecto del silencio que los ex mandatarios deben guardar sobre asuntos de política exterior cuando estén fuera del territorio nacional.
Pero él tenía que hacerse notar, así sus palabras vayan en detrimento de la seguridad nacional. Al fin y al cabo no tiene mucho que perder, pues su destino ya está definido. Seguirán diciéndole elefante y mirándolo golpeado en los restaurantes bogotanos. La justicia lo absolvió, pero la sociedad lo condenó, y de por vida.
Mientras tanto, en Colombia los candidatos presidenciales guardan silencio angustiante. Preocupa que quienes aspiran a dirigir los destinos del país mantengan silencio frente a la delicada situación con Venezuela. Más peligrosa resulta la actitud de César Gaviria, quien se ha mimetizado cuando le corresponde decir si las venias que Samper le hace al dictador venezolano son in tuito personæ, o es un mandato del Partido Liberal.
Samper, campeón mundial cuando de complacer a sus amigos, socios y aliados se trata, se ha empleado a fondo en la crítica al acuerdo de cooperación en defensa que se firmó con los Estados Unidos. Que los mamertos de antaño, los aliados de la guerrilla, los terroristas de Anncol y los románticos del socialismo del siglo XXI aseguren que las “bases gringas” serán un trampolín para la invasión a Venezuela, no debe extrañarnos. Pero llama la atención que un ex jefe de Estado se convierta en caja de resonancia de ese discurso que ha servido de fundamento para las declaraciones de guerra chavistas.
Mientras Colombia entera cierra filas frente a los desafíos del gobernante venezolano, uno de nuestros ex presidentes —el más indigno y cuestionado de todos— encabeza la pastoral de acólitos que baten devotamente el incensario ante la repugnante imagen de Hugo Chávez.
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