Por José Obdulio Gaviria
El Tiempo, Bogotá
Julio 15 de 2009
Cuenta Javier Moro, en su inmensa biografía de Sonia Gandhi, El sari rojo, que en la antigua India la casta guerrera de los Rajput tenía por muy heroico el rito sati: las viudas, en gesto que las divinizaba, se lanzaban a la pira funeraria del marido, ardían con él y, juntos, viajaban, felices, a la eternidad.
En Colombia, ciertos personajes de la casta política, acompañados de la más extraña especie de abogados penalistas -los 'antiabogados' confesadores-, ante el asombro del público, se han lanzado a la pira de
Vaya uno a saber qué fuerza misteriosa impele a estos remedos de bonzos autoinmolantes a ir por voluntad propia a la guandoca, con la sola promesa de una recompensa improbable: bajar la estima que le tiene el pueblo colombiano a su Presidente. ¿Hubo también dinero de otras latitudes?, ¿promesas de tasación benigna de la pena por otros delitos?, ¿inmunidad para un hermano?, ¿simple inducción a mentes débiles por parte de abogados que militan en la causa antiuribista? No sabe uno. Antes fue Yidis, la inefable amiga de un noticiero dominguero. Ahora es Cuello Baute y su versión torcida de los nombramientos de notarios, asunto que vivió y padeció el país hasta cuando este gobierno, por iniciativa propia y con aprobación del Congreso, decidió acabar con la piñata. Hoy, cualquier nombramiento de notario es asunto técnico, producto de un sofisticado y muy vigilado concurso. ¿O no, hombre Cuello, que ya personajes como vos no pueden batutiar esos nombramientos?
¡Ah!, ¡las notarías! Mis amigos abogados soñaron siempre con tener una notaría. ¡Ayúdame, me pedían; decile al Presidente que me nombre notario! Perdían el tiempo, porque no sabían (esta columna es una notificación ex post facto) que si a alguien le cae mal ese sistema de "fe pública" o notarial es a mí. Yo, si hubiera tenido manera, habría puesto patas arriba todo el esquema. A ver, pregunto, ¿qué valor agregan las notarías? Al contrario, si algo quita competitividad a nuestra economía es esa mano de requisitos, trámites y requeñeques que pasan casi todos, casualmente, por el bolígrafo estilizado de un notario, convertido en pontazgo o peaje para su enriquecimiento particular.
Pero ¡que
Pero no. No pidamos la práctica arrevesada del rito de sati para los magistrados. Lo que debemos pedirles es reflexión, un alto en el camino. ¿Hasta dónde piensan llevar su involucramiento en las decisiones políticas del país, particularmente contra el referendo reeleccionista? ¿Hasta cuándo van a permitirles a ciertos magistrados -que están en el lugar equivocado, las Altas Cortes, porque su verdadera vocación fue ser parlamentarios- que intenten hacer las leyes o impedir que se hagan, en lugar de cumplir con su única función que es impartir justicia y crear jurisprudencia?
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