viernes, 10 de julio de 2009

Iglesia y politiquería

Editorial

El Colombiano, Medellín

Julio 9 de 2009

No es fácil definir los principios que hacen que una democracia sea una auténtica democracia. Una democracia real. En toda la Historia reciente y contemporánea ha habido y hay muchos países que se autocalifican como democráticos pero que en realidad no lo son.


En cambio, hay democracias auténticas en donde existen monarquías constitucionales, pero sus Primeros Ministros o Jefes de Gobierno son elegidos por el pueblo dentro de un esquema de transparencia casi que absoluta, por no decir, absoluta. En otros países, jamás ha habido un rey ni un príncipe pero sí hay democracia real con separación de poderes y esquemas de control para evitar abusos.


Un avance notable ha sido constatar que es inconveniente que las confesiones religiosas, sean cuales fueren, intervengan abiertamente en la conducción de los Estados o hagan guiños electorales. Lo decimos sin temor y sin renunciar a definirnos como un medio de comunicación cristiano, apasionado por
la Doctrina Social de la Iglesia Católica.


Estamos de acuerdo con que nuestra Iglesia se pronuncie contra la eutanasia y el aborto, y tenga una ética de máximos. Pero nos hemos dado cuenta de que no debe meterse en la política partidista ni en los procesos electorales.


Precisemos y concretemos. No consideramos oportuno que sacerdote alguno, en cualquier rincón de la geografía nacional diga si a Colombia le conviene o no le conviene la elección o reelección de X, Y, o Z mandatario.

Y para evitar que nos tilden de andar con rodeos, lo decimos con total claridad y ánimo de buena fe. Nos parece inadecuado que prelados participantes de la actual reunión de
la Conferencia Episcopal Colombiana hayan salido a decir que al país no le conviene la reelección del Presidente Álvaro Uribe. Como nos habría parecido igualmente inadecuado que hubieran salido a decir que le convendría la reelección del actual Presidente.


Las iglesias, todas, deben estar por encima de las campañas políticas y alejadas de todo poder político. Si intervienen, se vuelven excluyentes. Si toman partido, parten, valga la redundancia, dividen y polarizan. Y, al hacerlo, acaban por servir a motivaciones subyacentes, ¡vaya a saber de quién o quiénes!


¿Cuántas guerras y violencias, en épocas remotas y recientes, no han sido atizadas desde el ágora, los púlpitos, los atrios, los panfletos y la internet? ¿Acaso hay guerras santas? Creemos que no.


Ojalá que Colombia no reedite tiempos que creíamos ya superados, cuando hubo sacerdotes que volvían pecado mortal ser de una u otra filiación política o leer uno u otro diario. Cuando personas con gran madurez personal tenían que cruzar los límites de alguna jurisdicción religiosa para poder abrir las páginas de uno u otro medio. Mientras otros tuvieron que aguantar, con la paciencia del bíblico Job, sindicaciones de mal gusto, dogmáticas y hasta peligrosas.


La Iglesia Católica debe buscar la plena vivencia del Evangelio, base de su doctrina social. Ser facilitadora para que Colombia logre la esquiva paz y conseguir que quienes nos decimos católicos sigamos de verdad las maravillosas enseñanzas que nos dejó Jesús de Nazaret, que aprendamos de su ejemplo de vida y recordemos siempre que Él jamás buscó el poder temporal. Por eso, su mensaje es tan vigente y tan actual.


Ojalá que el pleno de
la Conferencia Episcopal de Colombia no caiga en la tentación politiquera. Haría un inmenso mal.

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