Editorial
El País, Cali
Julio 4 de 2009
El certero bombardeo contra el campamento de las Farc en el Naya también sirvió para recordar la importancia que ese río ha tenido en la planeación y el ataque contra Cali, el departamento del Cauca y casi toda la región suroccidental de Colombia. Después de eso, es de esperar que las autoridades actúen para erradicar la violencia y el narcotráfico que transformaron la vida en lo que fuera un tranquilo y hermoso paraje ecológico.
Durante siglos el Naya fue habitado de manera casi exclusiva por comunidades indígenas que se asentaron en la cordillera Occidental, al lado de su nacimiento y los primeros tramos de su recorrido de 344.559 kilómetros. En la zona del mar Pacífico cercana a su desembocadura fueron los emberá los que la poblaron, desarrollando labores agrícolas. Era una zona privilegiada por su enorme riqueza ecológica, donde los hechos de sangre no existían y la convivencia pacífica era la norma.
Pero llegó la violencia, cambiando la suerte de sus pobladores y convirtiendo al Naya en epicentro del crimen. Primero fue el ELN que a finales del Siglo XX tomó a la estratégica y desconocida zona como refugio desde el cual lanzó sus ataques contra el Valle y el Cauca, además de prohijar la siembra de cultivos ilícitos. Allí terminaron los secuestros masivos de la Iglesia La María y del Kilómetro 18, internando a sus víctimas en parajes que sólo pudieron ser descubiertos por el Ejército gracias a la delación de sus habitantes. Y así llegó la contaminación del dinero fácil que proporcionan los cultivos ilícitos y los laboratorios clandestinos, corrompiendo una parte de las comunidades que la pueblan.
A raíz de tales secuestros, el Estado actuó con urgencia. Fue entonces cuando se creó el Batallón de Alta Montaña, en inmediaciones de Felidia, para proteger a Cali. Llegó luego el paramilitarismo, importado y pagado por las mafias y facilitado su accionar por la omisión cómplice de funcionarios que hoy son juzgados. Decenas de moradores perdieron sus vidas en los recorridos de la muerte que realizaban las que se atrevieron a llamarse autodefensas.
Una vez retirados estos escuadrones de la muerte o capturados por la Fuerza Pública, las Farc asumieron el control de la zona, del narcotráfico y los cultivos ilícitos llevados por sus antecesores. Entonces los secuestros del ELN se cambiaron por atentados terroristas contra la capital del Valle. Y el amedrentamiento, el secuestro y todas las formas posibles de delito se abalanzaron contra el noroccidente del Cauca, destruyendo el tejido social y la convivencia que habían construido sus antiguos habitantes.
Eso es lo que destapó la operación contra alias El Enano. “El Naya es un corredor del narcotráfico y del terrorismo que requiere atención. Es un sitio de paso de guerrilleros, armas e insumos para la producción de alcaloides, con esteros que desembocan al Pacífico y un clima malsano que hacen difíciles los controles”. Esa descripción la hizo el general Gustavo Adolfo Ricaurte, director de la Regional 4 de la Policía. Es lo que el Estado colombiano debe rescatar para devolverle la tranquilidad a una parte importante del pacífico, el Cauca y el Valle.
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