jueves, 2 de julio de 2009

Desplazados y cárcel por deudas

Por José Obdulio Gaviria

El Tiempo, Bogotá

Julio 1 de 2009

Hubo, el tiempo está lejano, una institución bárbara: prisión por deudas. Muchas páginas describieron las desgracias de los deudores en mazmorras o huyendo. David Copperfield es ejemplo por antonomasia.

Colombia, por demagogia y mamertismo, ha reinstaurado esa figura azarosa. Impasibles, vimos en prisión a los directores de Cajanal. Su delito: no pagar deudas producto de la mayor estafa cometida contra los colombianos. Victoria Rosa López y Augusto Moreno son héroes anónimos en busca de un autor -un Dickens, un Kafka- que narre su injusto calvario, infligido por las autoridades judiciales, sí, en pleno siglo XXI.

La cosa sigue. Un juez de Soacha mandó a la cárcel a Esperanza Arteaga, de Acción Social, dizque -¡oigan ustedes!- porque no prorrogó ayudas humanitarias a un desplazado. Traduzco: porque no le dio más plata, contante y sonante, a una persona que se inscribió como desplazada. Las autoridades -o la unidad de investigación de un medio de comunicación- deberían escudriñar en la historia particular de ese tutelado 'reivindicado' por la justicia.

De pronto, ¡quién quita!, encontrarán que, en promedio, hay más timadores en el programa de desplazados de Acción Social que en el de 'jubilados' de Cajanal. Lo que es una burla para verdaderos desplazados, casi todos por acciones de las Farc y el Eln.


Soy lector enviciado de Freakonomics, librito de Levitt y Dubner.

Su subtítulo describe algo que creo practicar: ser analista políticamente incorrecto que explora el lado oculto de lo que nos afecta. ¡Léanlo! A lo mejor comenzarán a estar de acuerdo con cosas que parecerían una insensibilidad -yo, hasta 'guarapazos caratulares' me he ganado de los 'correctos'-. Pongamos un caso parecido a los de Freakonomics: el desplazamiento forzado. Algunos se enfurecen cuando alguien, políticamente incorrecto, descree que Colombia tenga cuatro, cinco o seis millones de desplazados forzados -cifra tan exagerada, que es más que todos los habitantes de Panamá, o de los territorios palestinos; o igual a todos los habitantes de El Salvador-.

Me quito el sombrero ante Jorge Rojas y su Codhes. Él, solito (como cualquiera de los protagonistas de Freakonomics), convenció al mundo de que Colombia es una satrapía; de que terratenientes, tipo telenovela brasilera, persiguen a los campesinos a balazos; de que Ejército y Policía, aliados con paramilitares, son como una banda nazi que mata o expulsa campesinos y actúan como barrera de contención contra el retorno de 'sus' desplazados. ¡Ah!, y contabilizan como tales a todo el que cambió de pueblo desde 1948, si el cambio fue a disgusto. Con esas premisas convencieron a todo el mundo de la justeza de la cifra (felices, viven del cuento). Para mantener el timo, niegan hechos evidentes: desmovilización paramilitar y avances sustanciales de la sociedad colombiana en respeto a los derechos humanos. Los 'correctos' han liderado la promulgación de normas fiscalmente absurdas (igual a la de las víctimas), que, por ser de imposible cumplimiento, llevarán a la cárcel, necesariamente, a otros funcionarios, incluyendo ministros.

¿Quién es Rojas, ese líder que nos vendió el cuento de los 6 millones de desplazados? Militante, desde chiquito, del Partido Comunista; Álvaro Delgado, ex Comité Central, describió (todo tiempo pasado fue peor) a Rojas, junto con Braulio Herrera -el hiperasesino de las Farc- como los mejores prospectos revolucionarios de los años setenta. Opositor rabioso de Uribe, presentó su candidatura al senado (lista del Polo). 1.565 ciudadanos votaron por él, esa votación obtuvo. Y, seguro, alegará que su ridículo guarismo es prueba de que no hay democracia. Se reparte con un señor Cepeda el trabajo de denigrar de Uribe: él representa a los desplazados, Cepeda a las víctimas (¿?). Escribieron contra Uribe, al alimón, un panfleto que parecería firmado por los victimarios que sabemos. De los verdaderos desplazadores, las Farc, en cambio, hablan con admiración y respeto (ver El embrujo autoritario).

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