Por Alfredo Rangel
Semana, Bogotá
Julio 12 de 2009
Injustificada alarma ha despertado entre algunos sectores de opinión el anuncio del traslado a territorio colombiano de las operaciones de inteligencia contra el narcotráfico que estaban desarrollando militares norteamericanos en la base de Manta en Ecuador. Se habla de la entrega de la soberanía nacional por la supuesta creación de cinco bases militares norteamericanas en Colombia. Ni lo uno , ni lo otro.
En primer lugar, habría que señalar que, según el Pentágono, hay instalaciones militares norteamericanas en 132 países del mundo y sólo la mitad de ellas son bases militares en sentido estricto. Estas bases militares existen en muchos países de Europa, de Asia, de África, de Oriente Medio. En Suramérica la única que existía era la de Manta, en Ecuador. En Colombia, no obstante la estrecha relación de cooperación militar con Estados Unidos, nunca ha existido una base militar norteamericana. Y tampoco va a existir.
Según Michael Mann (Un Imperio Incoherente, Paidós, 2004), hoy día esas bases deben respetar la soberanía de los gobiernos locales, y Estados Unidos sólo goza de poderes extraterritoriales en sus bases de Corea del Sur y en Guantánamo, Cuba. Ejemplos de estas limitaciones han sido las negativas tanto de Turquía como de Arabia Saudita para permitir la utilización de las bases norteamericanas de sus respectivos territorios para lanzar desde ellas ataques contra Irak. Sus gobiernos ni siquiera autorizaron el uso del espacio aéreo nacional para el paso de misiles contra Irak. En contraste, Alemania, que se opuso a la invasión de este país, sí permitió el uso para tal efecto de las bases norteamericanas establecidas en suelo germano.
De otra parte, en Colombia no solamente no hay bases militares gringas, sino que su presencia militar es reducida. En efecto, si tenemos en cuenta que en nuestro país hay unos 400 asesores militares norteamericanos, de acuerdo con Chalmer Johnson (Las Amenazas del Imperio, Crítica, 2004) hay mayor presencia militar de Estados Unidos en Alemania (70.000 tropas), Japón (40.000), Corea (37.000), Gran Bretaña e Italia (11.000 cada uno), así como en Bélgica, España, Holanda, Italia, Portugal, Australia, Egipto, entre otros muchos países. Y la presencia militar de un país aliado y amigo como Estados Unidos no ha significado el sacrificio de la soberanía nacional de ninguno de ellos.
Para decirlo en dos palabras, Colombia no es, ni mucho menos, un país con una significativa presencia militar norteamericana. Esa presencia es más bien modesta, no cuenta con base alguna como tal, y se centra en labores de inteligencia e interceptación de comunicaciones de grupos armados con vínculos con el narcotráfico. El nuevo acuerdo que se está negociando con Estados Unidos, según las autoridades colombianas, solamente profundiza los acuerdos ya existentes, no incluye un aumento de la cantidad de personal militar norteamericano y no tiene más alcance que el que está vigente.
Tampoco se trata de trasladar la base de Manta a Colombia. De hecho, aquí no se va a construir ninguna base militar de Estados Unidos. La base de Manta estaba bajo el control total de los norteamericanos. Aquí se trata de que cinco bases colombianas ya existentes, y que seguirán siendo controladas por militares colombianos, puedan ser utilizadas por aviones de inteligencia norteamericanos para aterrizar, despegar y realizar su mantenimiento, en desarrollo de labores de monitoreo coordinadas y compartidas por las fuerzas militares y policiales colombianas. Estas bases se mantendrán bajo el control absoluto de las autoridades colombianas y, por tanto, no se está cediendo ni un solo centímetro de nuestra soberanía territorial.
Adicionalmente, el nuevo acuerdo busca reformar algunos asuntos del acuerdo vigente, como la inmunidad de que hoy disfruta todo el personal norteamericano, tanto militares como civiles y contratistas. Limitar el alcance tanto de las personas como del tipo de delitos que no pueden ser juzgados por tribunales colombianos es necesario para darle mayor trasparencia a la cooperación bilateral.
En fin, sin ceder ni un ápice de soberanía nacional, el nuevo acuerdo aumentará la eficacia y la trasparencia de la cooperación militar entre Colombia y Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, cooperación necesaria para consolidar los logros ya alcanzados y para avanzar en la neutralización de esas amenazas a nuestra seguridad colectiva. De ninguna manera estamos frente a la concreción (¡al fin !) de la invasión gringa, tan anhelada tanto por los amigos desbordados como por los enemigos radicales del Imperio. Los unos, para librarse del propio esfuerzo, los otros, para redimir la inopia de sus banderas. Sorry. Menos mal.
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