Juan José Perfetti
El Colombiano, Medellín
Julio 3 de 2009
La difícil situación de seguridad que vivió el campo colombiano a finales del siglo pasado y principios de la presente década determinó, entre otras cosas, que la inversión privada perdiera cualquier motivación para emprender nuevas inversiones y proyectos en el sector agropecuario. Aunque muchos inversionistas identificaban interesantes y variadas oportunidades en el sector, la inseguridad y sus secuelas (como el secuestro y la extorsión) impedían cualquier posibilidad de concretar los negocios.
Con la llegada del Plan Colombia y el interés del gobierno nacional de impulsar programas de sustitución de cultivos y de vincular las zonas afectadas por los fenómenos de violencia a la vida económica y social del país, se dio inicio a una serie de programas que impulsaban la siembra de diversos cultivos y actividades forestales en ciertas zonas del país donde los fenómenos de ilícitos y de violencia eran más agudos. A este proyecto de desarrollo regional se le unieron algunos empresarios agrícolas, especialmente del sector palmero, y los programas de desarrollo y paz.
Como consecuencia de estas iniciativas, a lo largo de toda esta década se han llevado a cabo, en diversas regiones del país, importantes proyectos en cultivos como el cacao, el caucho, la palma africana y la teca. Aunque hasta el presente no se tiene un balance agregado y sustentado del impacto de este conjunto de proyectos en la dinámica del sector agropecuario, algunas cifras hacen referencia a que una parte importante del área actualmente sembrada de algunos cultivos responde a la ejecución del conjunto de proyectos y programas antes mencionados. En particular, se señala que aproximadamente un 50% del área total sembrada en cacao en el país responde a las ejecutorias de dichos programas y proyectos. En el caso del caucho, con el que Colombia tiene un gran potencial que hasta ahora ha sido muy poco utilizado, el equivalente del área total sembrada con estos proyectos es del 70%. En palma africana se estima que no menos de 45.000 hectáreas nuevas se han sembrado gracias a estos programas. En café se han apoyado no menos de 100.000 productores en programas de renovación de cultivos y en siembras de cafés especiales.
Muchos de estos programas, aunque se basan en la conformación y la operación de alianzas de pequeños productores con grandes productores e inversionistas privados, centran sus esfuerzos en conseguir que dichas alianzas se conviertan en mecanismos a través de los cuales los pequeños productores logren su transformación y modernización productiva como medio para mejorar sus condiciones de vida. Para ello, se estructuran y conforman asociaciones de pequeños productores y se prestan servicios de apoyo en los temas de financiamiento, extensión, asistencia técnica y comercialización. De esta forma se consigue que los pequeños productores tengan vinculación efectiva con los mercados y logren un manejo más contemporáneo de sus recursos productivos.
Como se ve, si una parte importante de un conjunto de cultivos de tardío rendimiento, que son los que actualmente muestran la mayor dinámica de crecimiento en el subsector agrícola, presenta un enfoque de desarrollo productivo diferente al que tradicionalmente ha prevalecido en la agricultura colombiana, ello debe estar impactando las estructuras productivas y sociales de una parte del sector rural. Si, como se señala en los medios oficiales, dichos cambios son de las magnitudes anteriormente señaladas, los mismos representan un giro sustancial frente al perfil tradicional del sector. Se pasa del individualismo a la cooperación y la organización, del aislamiento tecnológico al manejo de tecnologías de punta, de la visión tradicional al enfoque empresarial. Por su importancia, un estudio de impacto ayudaría a conocer las verdaderas implicaciones y consecuencias de estos programas y serviría para derivar lecciones que ayuden al diseño de mejores políticas públicas.
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