martes, 22 de diciembre de 2009

Aprendido en la página terrorista de internet

Javier Darío Restrepo

El Heraldo, Barranquilla

Diciembre 21 de 2009

En el episodio de las amenazas de muerte contra los hijos del Presidente, a través de Internet, hubo mucho que aprender.

En primer lugar que no hay libertades absolutas. Si aquel joven usuario de Internet creyó que se podía acoger a la libertad de expresión para decir lo que le diera la gana, a estas horas en algún patio de la Picota debe haber caído en la cuenta de su equivocación. No hay libertad para amenazar, así como el atracador preso no puede protestar por la restricción a la libertad de empresa, o de trabajo.

Entre columnistas sensibles al tema de la libertad de expresión, fue claro que el joven amenazante había ido más allá de los límites: “es claro que esa conducta (la amenaza) es a todas luces reprochable y como tal debemos censurarla”, leo en la columna de Felipe Zuleta, (El Espectador 06-12-09) El mismo día subrayé: “en mi blog las opiniones tendrán límites… serán borrados los comentarios racistas, chovinistas, sexistas, homofóbicos, antisemitas.

Tampoco se le dará espacio a la amenaza, al insulto personal, a la coprolalia”, advierte Héctor Abad sin temor alguno a ser señalado como agresor o represor de las libertades. Para la libertad de expresión hay límites como los que impusieron los directivos de Le Monde, de París, a quienes participan en sus foros de lectores.

Los columnistas lo sabemos porque tenemos que padecerlo, por eso estamos convencidos de que la libertad de expresión no puede ser utilizada para legitimar el reemplazo de la inteligencia por la capacidad de agredir o de intimidar.

Ser libre no es lo mismo que haberse librado de todas las resistencias, más bien las supone. Comparando al hombre libre con un águila, Kant dice que vuela por el espacio ancho e ilímite porque en cada segundo vence la resistencia del viento.

La libertad, en efecto, se pone a prueba en el reconocimiento y respeto de los límites de cada uno, que son los derechos de los otros. Es lo que el joven amenazador no había descubierto cuando creyó que amenazar a alguien era parte de los derechos que le concedía su libertad.

En ese episodio también se descubrió algo que no pudieron ver en la Cumbre de la Información en Túnez, reunida en noviembre de 2005, donde se concluyó que los instrumentos legales o tecnológicos para controlar los abusos por Internet no era viables, de donde concluía Gordon Graham: que “en Internet todos pueden decir lo que quieran y como quieran. Su libertad para hacerlo no está interferida por fronteras nacionales o leyes estatales. Es el terreno perfecto para fomentar conspiraciones delictivas”.

Es un hecho que el aparente anonimato del cibernauta es un estímulo para el abuso. El usuario de Internet no tiene el control moral que representa la presencia del otro o la posibilidad de ser reconocido, por eso da salida a lo peor de sí mismo, esa parte que el humano esconde cuidadosamente de la mirada ajena.

Para su sorpresa, y a pesar de haber tenido buen cuidado de borrar las huellas de su amenaza, la tecnología de los investigadores los llevó hasta el estudio desde donde el joven creía que podía amenazar impunemente. Al contrario de lo dicho en Túnez, la libertad de amenazar sí puede ser interferida.

Hay un tercer aprendizaje que, aunque ya fue advertido, no sobra repetir: los que amenazan pueden ser identificados y sancionados. Sucedió con las amenazas a los hijos del Presidente, puede ocurrir también con todos los demás que, por sus ideas o por su posición política (Daniel Coronell, Piedad Córdoba, Hollman Morris etc, etc, etc,) reciben amenazas anónimas. No se necesita ser hijo de Presidente para que los cazas amenazantes puedan ser descubiertos. El anonimato de los amenazadores.com ha dejado de existir.

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