Alfonso Monsalve Solórzano
El Mundo, Medellín
Diciembre 27 de 2009
Me siento conmovido por el lamentable suceso que terminó con el secuestro y ejecución atroz del Gobernador Luis Francisco Cuellar del departamento del Caquetá. Me solidarizo con su familia y su departamento. Era un buen hombre con el que se ensañaron en su máxima expresión las Farc, las cuales mostraron el nivel de barbarie al que han llegado y están dispuestos a llegar.
Pero pienso que este acontecimiento pone, como suele decirse, polo a tierra, la discusión nacional, que gira principalmente, en esta época preelectoral, sobre el tipo de gobierno que Colombia necesita para los próximos cuatro años, respecto a su actitud frente a la guerrilla.
Pareciera que estuviéramos en el eterno retorno nieztcheano, en el que se repite indefinidamente la historia, pero en realidad ese no es el caso. Luego de siete años de práctica de la política de seguridad democrática, dicen algunos, ésta tocó techo, la guerrilla se ha fortalecido nuevamente e incluso, superando sus diferencias –tramitadas a sangre y fuego- se han aliado. Lo anterior, sumado al apoyo venezolano y de la Coordinadora Continental Bolivariana, significaría que se volvería, resumiendo, a la situación de empate estratégico, lo cual exigiría iniciar un nuevo ciclo de negociaciones, en pie de igualdad para buscar una solución negociada, valga la redundancia, al conflicto. Es decir, al escenario que pensó y ejecutó el presidente Pastrana.
Es verdad que ha habido acciones como el secuestro y asesinato del gobernador Cuellar, la ejecución a sangre fría de concejales, intentos de toma de pueblos en Cauca y acciones limitadas en otras regiones del país. También lo que la frontera oriental constituye la segura retaguardia de los grupos de extrema izquierda armada, protegidos por el gobierno de Chávez, que ha sido incapaz de desmentir una sola de las denuncias sobre la presencia de éstos en su país y, en cambio, se ha armado hasta los dientes, bloqueado económicamente nuestro país, prohijado la muerte de colombianos, insultado al gobierno y al pueblo colombiano. Todo, en un intento de copar nuestro país para su proyecto y darle un respiro y la oportunidad de recuperación a sus aliados armados en Colombia.
Pero las Farc, y mucho menos, el Eln, son las organizaciones que solían ser en el gobierno de Pastrana. Los golpes sufridos son tan duros -el resquebrajamiento del Secretariado, las bajas, las deserciones, la operación jaque, el descendente nivel de ingresos que ya no se alimenta en la misma medida del narcotráfico y del secuestro, gracias a la estrategia del Estado; su desprestigio en la comunidad internacional, pero sobre todo el rechazo visceral de los colombianos de bien, hacen que sea imposible que recuperen los niveles de esa época. La guerra, dicen los teóricos, no es un asunto fácil ni estático.
Era de esperarse un esfuerzo máximo por parte de estos grupos para recuperar la iniciativa, más aun con la mira de influir en las elecciones, con la esperanza de dar la sensación de fortaleza y disminuir la voluntad de lucha del oponente, y sobre todo, la del pueblo que debe elegir mandatario. Esto último es clave: si logran cambiar la resistencia de los ciudadanos a las atrocidades y al terrorismo, habrán ganado el pulso más importante de su historia, porque nunca antes habían estado tan cerca de la derrota militar definitiva.
Todo ello exige el reacomodo de la estrategia del gobierno y de sus fuerzas armadas, pero, sobre todo, la comprensión, por parte de los ciudadanos, del momento político que Colombia está viviendo. La confrontación se está ganando. Las tendencias de superioridad del Estado se mantienen y Chávez está cada vez más aislado en el continente y en el mundo.
Los colombianos deseamos el fin del conflicto y el cese del derramamiento de sangre inocente. Y una salida negociada siempre será posible si hay buena fe y genuina voluntad de paz en los comandantes de la guerrilla. Pero el juego macabro de anunciar liberaciones de militares que llevan 12 años secuestrados y la entrega de los restos del mayor Julián Ernesto Guevara, y, simultáneamente secuestrar y/o asesinar a otros colombianos, pone en evidencia su nula voluntad de una salida negociada. Recordemos todos cuál fue la estrategia de la guerrilla de las Farc en la última negociación. Si queremos la paz y la negociación, el Estado debe mantener la presión militar hasta cuando a esos grupos no les quede más opción que acordar el fin de sus hostilidades. Si es necesario, debe reacomodar su estrategia y sus tácticas para acomodarse a las nuevas situaciones. Pero ello sólo es posible si los colombianos no somos inferiores a nuestra responsabilidad. Tanto dolor por tanto tiempo no puede perderse cuando hay luz al final del túnel. Ojalá los colombianos no enterremos la libertad y la democracia y la posibilidad de que nuestros hijos vivan en una sociedad plural e incluyente.
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