Mary Anastasia O'Grady
The Wall Street Journal,
Diciembre 28 de 2009
En una visita reciente a la Escuela de Ingenieros Militares en Bogotá, llegué unos minutos antes que mis acompañantes así que me fui a parar al frente del edificio. Fue entonces cuando vi el desfile.
No era la marcha ritual de los soldados bajo la mirada vigilante de un sargento. Se trataba de un grupo de jóvenes entre 20 y 30 años en muletas, que iban y venían de la clínica militar de rehabilitación. La mayoría de los hombres tenía una pierna buena. La otra había sido amputada de la rodilla para abajo. Algunos probaban una nueva prótesis. Me recordó a los muchos jóvenes estadounidenses que combatieron en Irak y Afganistán y se encuentran en una situación parecida.
Las minas antipersonales son, probablemente, el arma más preciada de los terroristas. Su fabricación no cuesta casi nada, demandan muy poca tecnología y sus componentes pueden encontrarse con facilidad. El hecho de que los soldados y los civiles corran el mismo riesgo importa poco. Lo importante es que mata y mutila.
Las Fuerzas Armadas colombianas usaron minas terrestres para proteger infraestructura clave de los ataques de grupos rebeldes como las Farc. Colombia, sin embargo, revirtió esa práctica. El país firmó en 1997 la Convención de Ottawa sobre minas antipersonales, lo que significa que rechaza su uso, almacenamiento y producción, y que trabaja para destruirlas. EE.UU. no ha firmado el tratado.
La escuela de ingenieros, que está encargada de lidiar con el problema de las minas terrestres de Colombia, dice que ha eliminado todas las minas que el ejército plantó en las últimas décadas. No fue una tarea difícil porque sabía dónde estaban. De todos modos, la amenaza a perder la vida o parte del cuerpo sigue siendo grave.
Un documento escrito por "Alfonso" (Cano), el nuevo líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), que fue descubierto el año pasado en un campo guerrillero asaltado por el ejército en el sur del país, ofrece evidencia de que los rebeldes están diseñando un plan para incrementar el uso de minas antipersonales.
La razón principal es que las Farc como una fuerza de lucha han sido considerablemente debilitadas en los últimos tres años. En un libro recientemente publicado llamado Jaque al terror, el ex ministro de Defensa colombiano Juan Manuel Santos detalla los "peores años" de las Farc, que, según señala, empezaron con la operación militar que terminó con el escape del secuestrado ex miembro del gabinete presidencial Fernando Araújo el 31 de diciembre de 2006.
Desde entonces, las Farc han sufrido una seguidilla de pérdidas devastadoras. Uno de sus principales reveses fue la incursión militar de marzo de 2008 en un campo guerrillero en Ecuador, en el que el comandante de las Farc, Raúl Reyes, perdió la vida y el gibierno recopiló una cantidad enorme de inteligencia. A un nivel micro, miles de guerrilleros, e incluso algunos altos mandos, han sido desmobilizados. En los primeros 11 meses de 2007, Santos escribe, el número de guerrilleros de las Farc que depusieron las armas promedió siete por día. Hoy, la imagen del grupo es el de una mafia narcotraficante que abusa de las poblaciones rurales.
La correspondencia capturada en el asalto a la base terrorista, que está dirigida a la secretaría de las Farc, propone un plan de acción para reactivar la operación rebelde. También revela la desesperación y crudeza de Cano.
Un ángulo importante en el que hay trabajar, escribe, es la relación de las Farc con Venezuela. Cano sugiere la creación de "un partido del pueblo" con la ayuda de la senadora Piedad (Córdoba), una legisladora colombiana de izquierda con lazos con Hugo Chávez y las Farc, que "buscaría una alianza con el Movimiento Bolivariano", una referencia a la revolución de extrema izquierda que Chávez lanzó y promueve a lo largo del continente.
Las tácticas guerrilleras, sin embargo, siguen siendo un componente central del trabajo de las Farc. Es importante, resalta Cano, continuar llevando a cabo actos terroristas para no dar la impresión de que los rebeldes enfrentan la derrota. Para ese propósito, los francotiradores suelen ser extremadamente útiles. Si el grupo adquiere los rifles y la munición necesarias, los francotiradores pueden producir "los mismos resultados que las minas".
Las minas son, sin embargo, la herramienta favorita de estos terroristas. "Sabemos que las minas son la única cosa que detiene e intimida a las operaciones enemigas", explica Cano. "Con el uso de las minas y explosivos", es posible combatir "un enemigo que es numeroso, está bien equipado y tiene un enorme poder bélico".
Cano propone incrementar el conocimiento en explosivos tanto dentro del grupo guerrillero como también "iniciar un programa de entrenamiento para el Movimiento Bolivariano y la milicia". Es muy probable que la "milicia" en este caso se refiera a fuerzas civiles que Chávez dice que ha armado para reforzar su revolución bolivariana.
Colombia dice que tiene el número más alto de víctimas de explosivos improvisados y municiones sin explotar del mundo en el período de 19 años que culmina en 2009. Casi 35% son civiles, 10% niños y 97% de los incidentes ocurrieron en zonas rurales. Si las Farc y Chávez deciden plantar minas antipersonales en la selva andina, esos números se elevarán y tal vez es muy poco lo que el ejército puede hacer al respecto.
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