lunes, 21 de diciembre de 2009

Insuficiente e incompleto

Editorial

El Tiempo, Bogotá

Diciembre 20 de 2009

El viernes pasado, representantes de 193 países reunidos en Copenhague llegaron a un acuerdo para luchar contra el cambio climático tras doce días de intensas negociaciones y a pesar de la férrea oposición de Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia y Sudán. Sin embargo, el compromiso histórico que se esperaba asumieran los 110 jefes de Estado -incluidos los líderes de las economías más ricas- para combatir esta amenaza quedó reducido a un pacto de tres páginas, vago en sus términos e insuficiente en sus objetivos.

Las realidades políticas y económicas del calentamiento global, junto con los intereses divergentes de las distintas potencias -especialmente Estados Unidos y China-, auguraban un precario resultado desde antes de que la cumbre comenzara. Si bien el objetivo del bloque europeo y de otros países era la firma de un nuevo y más exigente tratado contra el cambio climático, que sustituyera al Protocolo de Kioto, ya desde la reunión previa de noviembre en Barcelona estaba claro que si de la capital danesa salía un "acuerdo político", la cita podría ser considerada un éxito.

Más que un desafío técnico o un problema científico, la reducción de las emisiones de gases efecto invernadero se ha convertido en un reto geopolítico, que enfrenta a los tradicionales países industrializados, como Estados Unidos, con las dinámicas potencias emergentes, como China e India. Mientras los primeros exigían compromisos para reducir emisiones y transparencia en la verificación, las segundas no querían metas puntuales y rechazaban la idea de limitar su crecimiento económico y de someterse a mecanismos internacionales de conteo de la contaminación.

Precisamente, este choque económico está detrás del "insuficiente e incompleto" balance de la cumbre del clima. El llamado "acuerdo de Copenhague" -impulsado a puerta cerrada por Estados Unidos, China, Brasil, India, Sudáfrica y otros países- no solo está lejos de constituir el esperado "pacto político", sino que, además, excluye dos de los aspectos más deseados: metas de disminución de las emisiones y mecanismo internacional de verificación de la reducción de las mismas. Además, tampoco fija topes de emisiones en el 2020, ni objetivos para el 2050. En conclusión, tras dos años de expectativas y preparaciones, la cumbre terminó con un pacto raquítico, que no pudo salvar la presencia de los dos políticos más poderosos del planeta: el estadounidense Barack Obama y el chino Wei Jiabao.

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Es innegable que la distancia entre las grandes expectativas generadas por un encuentro de tan altísimo nivel diplomático y los pobres acuerdos obtenidos ha extendido un manto de fracaso sobre el encuentro. Si bien Copenhague no se convirtió en el punto de quiebre en la lucha global contra los efectos del cambio climático, sería injusto desdeñar la totalidad del esfuerzo. El acuerdo mantiene el objetivo de que la temperatura no suba más de dos grados centígrados; impulsa instrumentos de financiación de iniciativas de mitigación -como la reforestación de bosques, que interesa a Colombia-; destina 30.000 millones de dólares de Estados Unidos, Japón y la Unión Europea a países vulnerables (Colombia entre ellos) entre el 2010 y el 2012, y constituye el fondo internacional para invertir 100.000 millones de dólares al año hasta el 2020 en mitigación de los efectos del calentamiento.

Es en este sentido en el que Barack Obama calificó el acuerdo como "significativo pero insuficiente". Para los optimistas, su contenido es un punto de partida para futuras reuniones, como la de Bonn, a mediados del año entrante, y la de Ciudad de México, a finales del 2010. Por más lejos que continúen las posiciones de China, Estados Unidos, la Unión Europea y las de varias economías emergentes, la cumbre de Dinamarca significó un paso adelante, que demuestra que los actores más relevantes del cambio climático pueden llegar a puntos en común. Asimismo, es otro recordatorio de las nuevas dinámicas de una geopolítica internacional menos unipolar, donde Beijing le hace contrapeso a Washington. También quedó en evidencia el nuevo papel de economías emergentes como las de India y Brasil, cuyas voces ganan interlocución con las potencias tradicionales.

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A pesar de generar un porcentaje mínimo de emisiones -menos del 0,5 por ciento-, Colombia es uno de los países más vulnerables a las consecuencias de los gases de efecto invernadero. En esta condición, tuvo parte activa en el comité negociador con Obama, China, la Unión Europa, las naciones africanas, los Estados petroleros, los Estados insulares, las economías emergentes y el G-77. A las autoridades ambientales colombianas les queda la responsabilidad de traducir en iniciativas locales las posiciones expresadas en el encuentro internacional. Igualmente, de aprovechar las oportunidades de recursos que se abran en el futuro próximo dentro de esos fondos de mitigación.

Sin desconocer la tibieza de los resultados en Dinamarca, el camino hacia un tratado internacional para enfrentar el calentamiento global, transformar los hábitos de consumo y avanzar hacia una economía basada en energías menos contaminantes continúa abierto el otro año. También persistirán las realidades geopolíticas que chocaron en Copenhague. La siguiente cita es en Bonn.

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