Yohir Akerman
El Colombiano, Medellin
Diciembre 29 de 2009
Repudio. Repulsión. Aborrecimiento. Desprecio. Asco. Abominación. Horror. Tristeza. Rechazo. Ninguna de esas palabras, ni siquiera la sumatoria de todas ellas, expresa la sensación que generó la noticia del asesinato del gobernador de Caquetá, Luis Francisco Cuéllar.
Es claro que no se trata de un hecho aislado y que, por el contrario, es un ataque calculado por parte de las Farc para lograr ser el tema de la campaña presidencial del próximo año. Hoy, las Farc no están siendo el eje del debate político electoral, como lo fueron en las elecciones de 1998, 2002 y 2006, ya que un posible enfrentamiento con Venezuela, la preocupante situación económica, el aumento del desempleo, la pobreza, y el atraso social, los desplazaron en la agenda.
Con esta acción, que es la más desafiante que se ha perpetrado durante el gobierno de Álvaro Uribe, después del atentado al club El Nogal, las Farc quieren recuperar su protagonismo, y cuando la guerrilla recobra el primer escalón en el listado de prioridades nacionales, los candidatos que apoyan decididamente la política de Seguridad Democrática del presidente Álvaro Uribe recuperan favoritismos en las encuestas y en las urnas.
Es una clara ecuación: las Farc atacan y envían el mensaje a la sociedad de que son una amenaza y que su capacidad de generar terror aún está latente. La respuesta: una conciencia ciudadana de que no se puede desfallecer en el ataque frontal a los grupos subversivos. Y quién es el mejor para dar esa pelea: los últimos ocho años demuestran que es, indudablemente, el gobierno de Uribe.
Las Farc no están aniquiladas. Eso es un hecho. Y ahora apuestan por retar al Gobierno, lo que fortalece las intenciones electorales del presidente Uribe, porque genera la sensación de que es todavía necesaria su mano fuerte.
Es un circulo vicioso en donde la opinión pública desconoce que si estos actos ocurren, y la guerrilla logra secuestrar y asesinar a un funcionario tan importante como un gobernador, es porque la política de Seguridad Democrática está fallando en lo estructural.
Este hecho no demuestra tanto la fortaleza de las Farc, como las grietas del plan para acabarlas. Es claro que la guerrilla no tiene el poderío que tenía en el gobierno de Pastrana. La alianza con el ELN es prueba de su debilidad. Eso ha cambiado su modelo de guerra y su manera de lucha, lo cual ha sido un acierto del gobierno de Uribe. Pero este asesinato demuestra no sólo que hay que repensar la estrategia militar, sino empezar a pensar en una alternativa paralela para salir de manera negociada del conflicto.
Suena difícil e insensato negociar con estos bárbaros, pero es necesario. La recuperación de regiones del país con presencia militar es un éxito importantísimo de este gobierno, pero es claro que ni eso, ni el debilitamiento de la guerrilla, ni la detención y muerte de algunos de sus cabecillas significan el fin de la guerra, o que ésta sea la mejor manera de lograrlo. Es una táctica, pero no toda la estrategia.
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