Cristina De Toro R.
El colombiano, Medellín
Diciembre 19 de 2009
Al enterarme de la noticia de la inminente liberación del cabo Pablo Emilio Moncayo y del soldado José Daniel Calvo y de la entrega de los despojos mortales del mayor Guevara (muerto hace tres años en cautiverio), me sobrecogieron sentimientos encontrados: alegría, tristeza, esperanza y rabia.
La vuelta a la libertad de cualquiera de nuestros secuestrados será siempre motivo de inmensa alegría, independientemente de que la liberación corresponda al infame libreto de las Farc que ya conocemos y del que echan mano cada vez que necesitan cosechar réditos políticos, máxime, si se avecinan elecciones.
Pocas variaciones hay en este guión: el malo, como siempre, el gobierno. Los buenos, los desinteresados patrocinadores Chávez y Correa. La heroína, la senadora representante de Colombianos y Colombianas por la Paz (soy colombiana, quiero la paz y ella no es mi representante). Actor invitado, Gustavo Moncayo candidato al Congreso.
Sí, aunque suena duro hablar así del "caminante de la paz", del humilde profesor de Sandoná (Nariño), que despertó el más profundo sentimiento de solidaridad de los colombianos cuando recorrió medio país a pie hasta llegar a Bogotá para presionar un acuerdo humanitario que le devolviera la libertad a su hijo, porque desde su llegada a la Plaza de Bolívar, la heroica gesta del padre adolorido fue capitalizada con fines políticos que ahora, al lanzar formalmente su candidatura al Congreso al amparo del Polo Democrático, queda al descubierto.
La descortesía de Moncayo y la airada reacción de rechazo que manifestó en aquel entonces a las propuestas que le hiciera el Presidente Uribe, que inicialmente atribuí al cansancio por la extenuante jornada, eran simplemente el anuncio soterrado de una campaña que buscaba algo más que la liberación de su hijo. Un propósito político que aprovecharía la fuerte exposición mediática nacional y extranjera, para ir consolidando una candidatura.
En ningún momento desconozco el inmenso sufrimiento y la fortaleza del profesor, al igual que la de todos los secuestrados y ex secuestrados de este país y sus familias, pero ello no implica que esté de acuerdo con el uso de la compasión como caudal electoral. Los ex rehenes Clara Rojas, Luis Eladio Pérez, Consuelo González, Jorge Géchem y Orlando Beltrán, a pesar de haber dicho que no querían saber nada de política y que se dedicarían de lleno a trabajar por la liberación de sus compañeros, ya lanzaron también sus candidaturas diciendo que van a trabajar por la paz. Tampoco apruebo el que algunos se valgan de su desgracia para convertirla en un modo de vida, como lo hizo en su momento Juan Carlos Lecompte paseándose por el mundo con su Ingrid de cartón.
Qué tan raro que cuando un colombiano alcanza cierto grado de popularidad y reconocimiento en cualquier campo: actuación, arte, deporte, locución, etc., o, en este caso, como víctimas de un atroz delito, inmediatamente se lanzan al Congreso. ¿Acaso están allá las soluciones para todos los problemas que nos aquejan? ¿De cuándo acá el oficio de senador o representante a la Cámara pasó a ser parte del llamado rebusque? El que verdaderamente quiere trabajar por la paz o por cualquier otra causa, no tiene que estar en el Congreso Nacional.
Seamos claros, la paz no se delega, la paz se construye entre todos y desde todos los estamentos de la sociedad civil. Cumplir con nuestro deber honrada y justamente, es el mejor aporte que podemos hacer para conseguir una Colombia mejor y en paz.
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