Darío Ruiz Gómez
El Mundo, Medellín
Diciembre 22 de 2009
En la última década los colombianos hemos vivido momentos de una sombría violencia, acosados por el terrorismo, y que necesitaban de la solidaridad de todos los grupos pensantes, de todos los grupos políticos especialmente; sin embargo, desde su regreso al país el ex presidente César Gaviria se ha caracterizado no por su proximidad a esta problemática, sino, por ese no hacer nada que suele caracterizar a quien se cree por encima de cualquier contingencia, al sobrado que con actitud displicente se considera ya un espíritu selecto que nada tiene que ver con las temores del ciudadano común ni con los azares de la realidad pública. Esto lo ha llevado a alejarse del país real - sí, volvamos a utilizar este concepto- y a refugiarse en el país nacional bogotano como un hombre refinado para el cual los problemas del arte aparecen por encima del problema del terrorismo, o sea, del problema de la libertad amenazada, el problema de la violencia que socaba nuestras instituciones los restos de modernidad que nos quedan.
Y el problema de Chávez ante el cual no puede guardarse ninguna tibieza.
“Liberal, en este sentido, se llama en la política norteamericana a los personajes del alto mundo social que posan de progresistas y se fotografían al lado de supuestos revolucionarios, pero por puro caché. Otra cosa distinta fueron los verdaderos liberales como Stevenson, Fullbright, Galbrait, cargados de razones y argumentos contra la injusticia social, pero a la vez con la suficiente energía moral para condenar el aventurerismo de unos snobs metidos a revolucionarios.
¿Girar a la izquierda? Hacerlo, pero a través de plataformas ideológicas que enfrenten los problemas del sector financiero, de la corrupción administrativa, de la pobreza general, y no confundiendo a una agrupación tan desacreditada como el Polo, carente precisamente de contenidos específicos e incapaz de condenar el terrorismo, como la única opción para ese giro ideológico. ¿No es aquí donde se hizo más endeble la posición de quienes desconocen que no se puede dialogar como señala Vattimo con quienes han cometido un crimen de lesa humanidad como el secuestro, de quienes han torpedeado la justa acción de la justicia para castigar al terrorismo criminal?
“La guerra es un asunto tan peligroso que los errores debidos a la benevolencia son los más grandes de todos”. ¿De quién es este argumento?
¿De Uribe? No, de un teórico al cual citan constantemente los estrategas revolucionarios de bolsillo, Clausewitz, en sus consideraciones sobre la guerra. El discurso pop de despedida de César Gaviria tuvo como ausente el país real y dejó percibir que nos está preparando el reinado de unos nuevos delfines negando el proceso interior democrático que caracteriza a un partido moderno. No se trataba de atacar a Uribe sino de mostrar la vigencia de un liberalismo capaz de hacer frente a los extremismos, a la laxitud moral del aparato político, a eliminar la terrible distancia que se sigue dando entre las bases populares y una dirección de bolsillo.
El liberalismo debe ser la presencia de una república, o sea la vigencia de un proyecto que reconoce las armas ideológicas de la democracia para vencer el mal del totalitarismo, y mantener el humanismo como una réplica a lo peor. ¿Dónde se oyó aquí la voz del verdadero país liberal?
Caer en un irracional antiuribismo fue dejarse llevar por las estrategias de esa izquierda emponzoñada por el fracaso de su modelo revolucionario y por las conquistas de la seguridad democrática.
¿Estaban allí las regiones, las juventudes, los viejos dirigentes populares? El libreto preparado por Piedad Córdoba y Alan Jara, simpatizante del Polo, llegó a la culminación de la farsa cuando éste último leyó el comunicado donde se autoriza al partido a plantear acuerdos con el Polo y la extrema izquierda del Partido Comunista. Sustituir la herencia viva de quienes fundamentaron la concepción política de liberalismo es caer en un peligroso vacío, una vez más en esa penosa sensación de traición que han sentido las bases populares del liberalismo, traicionadas por el llamado país nacional bogotano. Que los jóvenes dirigentes como Aníbal Gaviria recojan estas bases del liberalismo que son expresión de la autonomía de las regiones, del trabajo de años de dirigentes anónimos en sindicatos, en el campo, en la educación.
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