Vicente Martínez Emiliani
El Universal, Cartagena
Diciembre 21 de 2009
Resulta ahora que Hugo Chávez, elegido presidente por el fracaso de los partidos y los resentimientos entre los líderes tradicionales de Venezuela, cree que es el mesiánico descubridor de Simón Bolívar.
Como si la gloria del Libertador hubiera estado escondida para todos en espera de que un coronel audaz, irresponsable y boquisucio la sacara del olvido. Pero no. El ilustre caraqueño es el genio, por antonomasia, de América. Bolívar se ganó un sitial destacado en la historia, no sólo por su carácter recio y por su devoción a la emancipación de las colonias de España, sino por su visión profética de la vida y de la política. En él, aún contra el abuso irreverente que hace de su legado y de su memoria el jefe de Estado venezolano, se cumplió la hermosa profecía de Chopehuanca, quien dijo: “con el tiempo crecerá tu nombre como crecen las sombras cuando el sol declina”.
Todo lo demás es una profanación de la grandeza de quién fuera el padre de la integración americana, sin ahorrar esfuerzos para logar la anfictionía de los países recién llegados a la libertad, que intentó conseguir con la convocatoria al Congreso de Panamá. Ya en los umbrales del sepulcro, hizo votos por la unión y la salvación de COLOMBIA. Así, con mayúsculas. Su obra. Su creación. Su sueño, acariciado con pasión y sin fatiga. Y ahora, ciento setenta y nueve años después de su postrera despedida en San Pedro Alejandrino, desde “La Casona” y “Miraflores”, en la capital venezolana, se trata de utilizar su imagen inmarcesible para empañar cuanto él, Bolívar, quiso construir con su lucha insobornable, dedicada a la integración y al respeto de los derechos y las obligaciones de los pueblos. ¡Qué ironía!
Pero el uso del “bolivarianismo” por parte del Coronel Chávez, no debe extrañar a nadie. Su gobierno es una fusión de ideologías encontradas que van desde reacciones dictatoriales de estirpe derechista o de extrema izquierda representada en la década pasada por José Vicente Rangel y las aventuras seniles, disfrazadas de audacia, del ex director de la Constituyente, Miquelena, que soñaron con el establecimiento de un Estado leninista en la patria del instaurador de la libertad americana, y se retiraron enfurecidos por el indignante manejo exagerado e irresponsable del poder.
Muy flaco favor le hacen a Bolívar y a su memoria augusta tanto Chávez como los sobrevivientes del Movimiento al Socialismo (MAS), al ponerle palos en la rueda al Plan Colombia, haciéndoles, con uno u otro pretexto, guiños a los guerrilleros colombianos y obstaculizando el intercambio normal del comercio terrestre entre los dos países, en abierta desobediencia al tribunal del Acuerdo de Cartagena y a la tradicional fraternidad de dos pueblos cuya vinculación, así como su más que centenario entendimiento han sido decisivos en la ruta del desarrollo y del progreso.
Es conveniente que el gobierno de Venezuela haga un alto en el camino. Que reflexione serenamente sobre las graves consecuencias que los extremismos pueden producir en el necesario espíritu de cooperación continental y en la fraternidad de dos naciones que están unidas por la historia y que, para su prosperidad, se encuentran destinadas a librar juntas la batalla por el desarrollo.
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