José Obdulio Gaviria
El Tiempo, Bogotá
Diciembre 30 de 2009
En Las 33 estrategias de la guerra, Robert Greene recomienda (ley 25) ocupar y defender el Trono moral. ¿A qué se refiere? En un mundo político, dice, la causa que se defiende debe parecer más justa que la del enemigo. ¿Lo hemos logrado los demócratas colombianos? La guerra del Estado y de la sociedad contra el terrorismo era permanentemente desacreditada. Si alguien reviraba, le llovían rayos y centellas. Atacar políticamente a las Farc y a sus apoyos políticos, el PC3 y el Movimiento Continental Bolivariano (a propósito, qué extraordinaria disección de ese engendro hizo ayer en este diario Rafael Guarín), era fascismo. Un alienígena que hubiera aterrizado en la Colombia del 2002, si hubiese leído la principal revista y a múltiples columnistas de la época, hubiera creído que nuestro trono moral lo ocupaban las Farc y que Uribe era el señor del averno.
Hemos librado ardua pelea por el trono moral. Lo ha hecho el Presidente, principalmente, aunque algo hemos ayudado otros. Como recomendó Green, tuvimos muy presente que había un terreno moral en disputa entre las Farc y el Estado. Hasta el ascenso de Uribe, poco se cuestionaban los "motivos" de las Farc. Incluso, era común el discurso que catalogaba como justos esos "motivos". Gobiernos anteriores se rindieron, abandonaron ese terreno, el trono. Por eso, las Farc llegaron a tener una base de apoyo político que les permitió disfrutar por más de tres años del Caguán; por eso tuvieron margen de maniobra para construir un aparato político como el Movimiento Continental Bolivariano; y multitud de oenegés farosas dominaron el espectro mediático, condenando a Colombia en foros internacionales y alabando la justicia de la causa de los terroristas. Las Farc controlaron el trono moral por décadas, no cabe duda.
Este gobierno, y esa es una de las principales diferencias con los anteriores, siguió fielmente la regla de Green: "Cuando caigas bajo el ataque moral de un enemigo astuto, no te quejes ni te enojes: pelea fuego contra fuego". Una batalla reciente, todavía presente en nuestra retina, fue el combate mediático por el asesinato aleve del Gobernador de Caquetá. ¡Qué muenda la que recibieron los terroristas! Intentaron revirar, pero qué aislamiento y qué soledad en la que están.
Cuando el trono moral lo ocupan los asesinos, suelen ellos regalarse en navidad, impunemente, cantidades ingentes de sangre. El dios Minotauro pide cada año siete doncellas núbiles y siete mozos esbeltos. Este diciembre, nuestro monstruo, carnívoro insaciable, hizo entrar al laberinto del sacrificio a tres dirigentes sociales de Curvaradó, a un gobernador de departamento, a varios concejales, soldados y policías. Detrás de los carniceros y cuchilleros van los amoladores. Plumas pervertidas, intentaron el imposible milagro de convertir la sangre en vino y cantaron loas a los decapitadores y torturadores. La respuesta fue un cerco del Estado, férreo, y sus actos no quedarán impunes. Pero campean libres los que lanzan los petardos verbales, las frases almibaradas que producen para el Secretariado de la banda terrorista. Son intelectuales depravados, que siguen reclamando con desesperación el perdido trono moral.
Antes, cuando las fieras atacaban, miles de voces los absolvían y justificaban. Basta recordar El Nogal. Hoy ,la cosa ha cambiado: hubo un tímido artículo de Semana (que pretende que el Gobernador de Caquetá se suicidó y fue responsable de su propia muerte) y algunos gorjeos de articulistas. Francisco Gutiérrez, en El Espectador, pretendió que denunciar a los cómplices de la banda terrorista es persecución fascista; Pedro Medellín, en EL TIEMPO, alabó la capacidad "militar" de las Farc, quienes con un degüello sádico "recuperaron diez años de historia de los treinta que les había arrebatado la Seguridad Democrática". ¡Ahí amanece y no lo prueba!
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