José Félix Lafaurie Rivera
El Universal, Cartagena
Diciembre 20 de 2009
En el pasado reciente, la ganadería colombiana envió más de la décima parte de la oferta de bovinos para sacrificio al mercado venezolano.
Dicho negocio no obedeció nunca a la capacidad colombiana para abastecerlo en forma competitiva, sino a una tasa de cambio oficial equivalente a la tercera parte del valor del dólar permuta, que creó un mercado artificial con precios más elevados que los domésticos, y muy superiores a los de cualquier estándar internacional. Esto nos impidió incursionar en cualquier otro mercado y deterioró el consumo interno, que perdió 3 kilos per cápita.
Las cifras son elocuentes. En enero de 2003, un kilo de novillo gordo de primera calidad se cotizaba en Colombia en 73 centavos de dólar, 21% por encima de los países del Cono Sur, líderes mundiales en la producción de carne. Un mes después, Venezuela impuso una tasa fija de cambio de 1.600 bs/dólar. Desde entonces se distorsionaron los precios relativos que se transaban con la tasa de cambio fijo, y más el de la carne de res, al ser sometida a la regulación interna de precios para controlar la inflación.
Los desequilibrios en los precios relativos crecieron en 2004 y 2005 con los trámites de divisas ante la CADIVI, la especulación financiera apalancada por el diferencial de tasas y los sucesivos ajustes a la tasa de cambio oficial, dejándola en el artificial nivel de 2.150 bs/dólar.
Tales desequilibrios llevaron el diferencial del precio del novillo gordo colombiano -frente a los del Cono Sur- hasta el doble, nivel que se mantuvo hasta mediados de 2009, cuando se desplomó el precio del ganado gordo en Colombia. Pese a la dramática caída en el precio interno, más del 30%, nuestros referentes aún son superiores en 30% a los del Cono Sur, con el agravante de la aparición del contrabando de ganado de Venezuela hacia Colombia.
Es cierto que el año pasado exportamos un volumen de carne similar al reportado por la Unión Europea, acercándonos al décimo puesto en el escalafón mundial. Casi la totalidad fue para Venezuela, y quizás lo peor, perjudicó el consumo interno de Colombia. Detrás de la tasa de crecimiento de la oferta de animales para sacrificio de los últimos cinco años, 4%, el consumo por habitante en Colombia retrocedió 3 kilos y nos llevó a un consumo mínimo histórico de 17 kg. por habitante, mucho menos de la mitad del de los países citados. Y como si fuera poco, elevó los costos de producción.
El cierre del mercado venezolano llevó a la ganadería colombiana a una crisis –altos precios, bajo consumo de carne y elevados costos–, de la cual sólo saldrá si se reactiva rápidamente la demanda interna. El problema es que esto depende de la capacidad de la cadena cárnica para transmitir en forma eficiente señales de precios y calidades al consumidor, tradicionalmente interrumpidas por la visión cortoplacista de muchos de sus actores, por la informalidad y el bajo nivel de empresarización y por los intereses tras la conservación de su estatus quo.
No es fácil, pero avanzamos. Las constantes denuncias de FEDEGAN e iniciativas para reconquistar y formalizar el mercado doméstico encuentran eco en algunos actores de las cadenas. Y vienen más medidas, unas de choque ya anunciadas, y otras que recogeremos en un Conpes sectorial.
*Presidente ejecutivo de Fedegán
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