viernes, 18 de diciembre de 2009

Otra vez con la Policía Nacional

Álvaro Valencia Tovar

El Tiempo, Bogotá

Diciembre 18 de 2009

Cuando el presidente César Gaviria nombró una Comisión para Reforma de la Policía Nacional, que atravesaba una de las periódicas crisis que suelen afectarla, el entonces senador Fabio Valencia Cossio llevó listo un proyecto de ley para reformar el cuerpo en medida tal que todo el esfuerzo adelantado en la profesionalización de la entidad se perdería por su base. Con el principio constitucional de que la Policía es de naturaleza civil, se reeditaba la dependencia del Ministerio de Gobierno y se quebraba su estructura jerárquica, lo que afectaba seriamente su disciplina.


Olvidaba el distinguido senador el segmento, constitucional también, que la declara cuerpo armado, lo que impone lograr el equilibrio entre la naturaleza civil y el carácter del cuerpo armado.

El debate desarrollado sobre el proyecto giró entonces en torno a cómo lograr ese equilibrio. El criterio expuesto por el autor del Clepsidra sostuvo que la naturaleza civil la proporcionan su filosofía, educación, formación y preparación de sus cuadros, cursos para ascenso y demás actividades académicas, en tanto el cuerpo armado se cimenta en su disciplina, organización jerárquica, régimen interno y destreza en el manejo de implementos que le son propios en el enfrentamiento de amenazas de pandillas armadas y situaciones especiales, como lo es en nuestro caso de conflicto interno que, en el sector rural, contempla exigencias propias de la guerra irregular.


Ahora el entonces senador propone revivir algo de su famoso proyecto: el traslado de responsabilidad y dependencia al hoy Ministerio del Interior y Justicia. Esto equivaldría a retornar la Policía a la politización anterior al Frente Nacional, que produjo en un caso la sublevación del 9 de abril de 1948 y, años más tarde, la policía sectaria bajo un ministro de Gobierno que declaró públicamente la política de sangre y fuego para hacer frente al desquiciamiento sectario del orden público. Si es cierto que la nación ha evolucionado y que los trágicos episodios escenificados en el decenio sangriento de 1947-1957 hoy no ocurrirían, no lo es menos que existen otras formas más sutiles de politización. Basta observar lo que ocurre en las dependencias del Estado, donde cada nuevo nombramiento trae consigo las forzadas "renuncias protocolarias" para facilitar que el nuevo ministro, director, gerente o mandamás de cualquier pelaje instale su propia cuadrilla en la agigantada fronda burocrática. Experiencia, rendimiento en el cargo, historial de servicios nada importan ni valen ante el recién llegado mandarín o la recomendación persuasiva de un cacique convertido en parlamentario.


Sacada de la égida protectora del Ministerio de Defensa, donde la apoliticidad institucional militar protege a nuestra Policía Nacional de la politiquería instaurada en todos los ámbitos de los poderes públicos, la Policía sería en poco tiempo otro fortín político ambicionado por unos y otros, perdería su profesionalismo actual, influencias de todo género intervendrán en ascensos, cursos y nombramientos en el exterior, ingreso de personal a las escuelas de formación, otorgamiento de condecoraciones y estímulos, en fin, todo aquello que ya vivimos y sería insensato repetir.


Es lógico que en la medida en que el país pueda consolidar la paz interior, la naturaleza civil de la Policía podrá prevalecer sobre la condición de cuerpo armado, pero sin minar la solidez ética y profesional de ese carácter, que seguirá siéndolo si quiere preservar la credibilidad moral que la caracteriza. Basta recordar lo acaecido con el DAS que, pese a depender directamente de la Presidencia, fue suficiente una incompetente sucesión de jefes para aniquilar la organización, volverla presa de la politiquería y forzar su virtual extinción.

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