domingo, 20 de diciembre de 2009

Medellín, fuego y política

Jaime Jaramillo Panesso

El Mundo, Medellín

Diciembre 20 de 2009

Antioquia no es Medellín, pero Medellín si es Antioquia en cuanto es el núcleo de la cultura raizal paisa, es el centro de la economía regional, de la administración pública y de los servicios domiciliarios. El conjunto de los diez municipios del área de influencia metropolitana conforman una urdimbre donde vive el 55% de los habitantes del Departamento. De esa manera la ciudad alcanza una conurbación importante, integral, unitaria y multifacética que se siente y resiente con lo que ocurra en su municipio mayor, la ciudad del Mariscal Robledo y del Capitán Jerónimo Luis Tejelo.

Antioquia ha sido la cuna de un pueblo que creció con sacrificio y templanza. Hemos dado muestra de la ilimitada capacidad de construir nación y estado. Hemos salido, además, del cascarón montañoso propio para colonizar tierras y abordar nuevos filones de riqueza como el café. Pero también hemos contribuido, a pesar nuestro, con organizaciones criminales y personajes siniestros. En la década del treinta del siglo pasado nació en Medellín el Partido Comunista con la romántica voz de María Cano y otros sindicalistas, el partido que años después crearía las Farc. En la década de los sesentas, al surgir el maoísmo, se forma el PCC-ML, Partido Comunista de Colombia (marxista-leninista) con su brazo armado el EPL, connotado actor en Urabá. Y en buena parte debido a lo anterior, es en esa zona donde aparecen las ACCU, Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, con el fusil de los Castaño Gil, luego ampliadas a las AUC, Autodefensas Unidas de Colombia. Sumémosle a este ligero inventario la banda traficante de Pablo Escobar y todas sus secuelas.

En Medellín, después de desaparecer Pablo Escobar, se inicia la desmovilización de las autodefensas bajo la dirección de Luis Carlos Restrepo, Alto Comisionado, y el compromiso municipal de las administraciones de Luis Pérez y Sergio Fajardo. Cuatro mil quinientos desmovilizados en Medellín y doce mil en Antioquia en total. Pero los mandos medios quedaron al garete y sin controles, lo cual se agravó con a extradición de los ex comandantes. Mientras los mandos medios se enfrentaban por la herencia o fuentes de ingreso ilegales, en un proceso de decapitación sucesiva, a otros desmovilizados se les obturaron de facto sus derechos civiles que ningún juez había limitado. Ese camino excluyente y macartista es un importante ingrediente para la violencia urbana actual. De un 10 a un 15% de desmovilizados volvió a las andadas.

La ruptura de mandos medios, la emergencia de pandillas juveniles nuevas, el mercenarismo de sicarios y vengadores a sueldo, el aparecimiento de algunos capos exportadores de estupefacientes, la lucha interbarrial por el dominio de rentas ilegales extorsivas al transporte urbano, a los comerciantes (tiendas, carnicerías, salones de belleza, bares, etc.) han partido al bajo mundo delincuencial en dos, con características adicionales de regionalismo y “el honor o el orgullo de los guerreros ilegales”. En muy poco lo parecido a los anteriores conflictos, porque este está hecho de homicidios selectivos, de una nueva generación de combos. Hay quienes creen que es mejor que se maten entre ellos. Otros pensamos que este desangre debe intervenirse y pararlo. La violencia urbana de Medellín, tema socorrido en la coyuntura electoral actual, requiere conocimiento, propuestas y responsabilidad, sobretodo responsabilidad de los candidatos. No se puede jugar al desprestigio retórico de la seguridad ciudadana en Medellín para intentar conseguir votos, sin que ello traiga retroceso en las inversiones, pánico turístico, receso en el comercio y una paranoia virtual, con las escondidas intenciones de “matar dos pájaros con un mismo tiro”: Uribe y Fajardo, por distintos que fueren sus roles. Estigmatizar a Medellín es estigmatizar a Antioquia, tal como se ha estigmatizado a Envigado. No todas las palabras sindicadoras son medios éticos para alcanzar fines electorales.

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