Editorial
El Tiempo, Bogotá
Diciembre 19 de 2009
Suele decirse que Colombia es un país de gramáticos y que esta es -o fue- una vía de acceso al poder político. ¿Cuál es esa ciencia tan poderosa que ha seducido a ilustres personajes desde los tiempos de griegos y romanos? Según clara y sencilla definición de la Gramática de la lengua castellana, publicada por la Real Academia Española en 1890, "es el arte de hablar y escribir correctamente". Arte difícil, pues su estudio constituye enorme catedral del saber por donde circulan reglas, prohibiciones, excepciones y definiciones a menudo abstrusas.
Hace pocos días, 120 años después de aquel libro, se presentó la más reciente versión oficial de la gramática castellana. Muchas cosas han cambiado en ese lapso. El tomo de 450 páginas de 1890 se ha convertido en dos volúmenes de 4.200, que pesan más de cinco kilos y abarcan la morfología, que es como la ingeniería estructural de las palabras, y la sintaxis, que equivale a su arquitectura. El año próximo aparecerán un tomo más sobre fonética, un manual resumido de la gramática, un diccionario de americanismos y una nueva versión de la ortografía oficial.
En esta ocasión, el ama de la gramática no es solo la academia española, como antes, sino las 22 academias esparcidas por el mundo. Lo que sus páginas reflejan, pues, no es el modo ibérico de hablar y escribir, sino un abigarrado paisaje del español que usamos 500 millones de ciudadanos.
Desde hace algunos años, bajo el liderazgo de la academia madre, las publicaciones institucionales han adquirido el sello panhispánico. Es decir, consultan y reflejan la lengua que hablamos todos, desde los barrios latinos de Nueva York hasta la Patagonia, y desde los bares caribeños hasta la Universidad de Salamanca. Así, el Diccionario panhispánico de dudas (DPD), publicado en el 2005, analiza y absuelve -a menudo con diversas soluciones- las vacilaciones que plantea el mapa global del castellano. En cuanto al venerable Diccionario de la Real Academia Española, es ya el de todas las academias. Por eso -y porque el español de España representa apenas el 10 por ciento de la demografía hispanohablante-, las modalidades americanas ya se zambullen con plenas credenciales en el torrente del idioma y lo vigorizan y enriquecen.
Gracias a la mentalidad pluralista, la nueva gramática se basó en una muestra de 24.000 citas, procedentes de 3.767 libros y 307 periódicos de todos los países que hablan español. El equipo responsable ha sido una comisión de 22 representantes de las distintas zonas del castellano, dirigidos por el profesor español Ignacio del Bosque y del que formó parte el académico colombiano Juan Carlos Vergara Silva. Pero si el espíritu del trabajo representa el universo del español, su secreto radica en la tecnología. Sin la revolución informática de los últimos lustros habría sido imposible reunir, organizar y aprovechar el amplio catálogo de muestras.
El resultado es una obra que describe, informa y orienta. Ofrece las variedades del español contemporáneo, pero no rehúye recomendaciones normativas ni reprobaciones del mal empleo, algo que se ha criticado al DPD. En la nueva gramática, los latinos nos vemos mejor representados. Allí aparecen, por primera vez como usos normales, el 'ustedes' americano, que sustituye al 'vosotros' peninsular; el voseo, presente en toda América, incluyendo a Colombia; los diminutivos de influencia quechua, que algunas veces llegan a ser dobles (chiquitico, ahoritica) y modismos peculiares de cada país: el entrar "de balde" colombiano es "de fai" en Guatemala y "de cachete" en Puerto Rico.
Lo relevante es que la variedad del español representa el ramaje de un árbol cuya estructura resulta común a todos en un 97 por ciento. Tales características explican la diversidad y la unidad de una de las lenguas más habladas del mundo.
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