domingo, 27 de diciembre de 2009

Las nada navideñas alimañas

Salud Hernández-Mora

El Tiempo, Bogota

Diciembre 27 de 2009

No hay justificación alguna. Ordenar el rescate militar de un rehén no otorga el derecho a asesinarlo a sangre fría. La crueldad de las Farc, su sevicia, debe ahuyentar de una vez por todas la opción de la salida política. Si quieren entregar las armas, perfecto, que sigan el camino de los paramilitares y paguen unos años de cárcel después de confesar sus horrores. Con ellos no hay diálogo político que sirva. Una sociedad no puede morder el polvo ante unas bestias.

Pero eso no significa que debamos abandonar a su suerte a Pablo Emilio Moncayo y al resto de sus compañeros. Siete años de seguridad democrática y no han podido rescatarlos. Que permitan que Piedad vaya a por ellos, pero con máxima discreción y sin espectáculo en los medios. Ojalá fuésemos los periodistas y, sobre todo nuestros jefes que son quienes mandan, capaces de acordar una cobertura sobria, casi espartana. Las Farc no merecen que recibamos como gesto condescendiente la libertad con cuentagotas de quienes nunca debieron perderla.

Insisto por enésima vez. Los policías y militares son, como los civiles en Colombia, merecedores de todo respeto. No son prisioneros sino rehenes inocentes. Si las Farc y el Eln se han unido para fastidiarnos aún más la vida, hay que darles más duro y dejarles claro, nítido, que no habrá jamás un diálogo político con quienes no entienden sino de balas y machetes. Da lástima tener que hablar en estos términos en fiestas navideñas, pero una no es la madre Teresa de Calcuta y cada día desprecia más a esas alimañas. Estuve unos días en una zona cocalera nariñense, para hacer un reportaje, y pocas veces en mi vida había conocido un lugar tan paradisíaco. Pero entre las Farc, el Eln y los herederos del paramilitarismo narco, lo acabaron todo. Se tiran nuestro país y aún hay quienes pretenden que les otorguemos a los asesinos algo distinto a la extremadamente generosa Ley de Justicia y Paz. Ni un milímetro más que esas concesiones.

El crimen de Luis Francisco Cuéllar, que tenía 69 años, no lo olvidemos, 69, debe marcar un punto de no retorno. Si las Farc quisieron tumbar la quimérica negociación política, allá ellos. No aceptemos excusas de si es que era un paramilitar, de si es que era ganadero, de si es que no debió dar papaya y salir corriendo de su tierra a refugiarse al otro lado de las fronteras como si debiera algo. No sé quién fue Cuéllar y si tenía pecados; de lo que estoy convencida es de que una sociedad no puede ser tan cobarde como para correr a pedir cacao a unos desalmados.

Todo ello no implica que no admitamos que la seguridad democrática lleva tiempo haciendo aguas, de punto llegó al punto de incompetencia y hay que darle un giro. No es posible que en Florencia, donde casi cuentan con más soldados que reses, haya semejante falla de inteligencia y de custodia a un personaje tan amenazado. Un gobernador no puede tener un policía mal armado, carne de los terroristas, y otros dos inservibles.

Si sigo creyendo que las recompensas son un error, más aún llenar los montes de batallones. Esto es de inteligencia, hermano, y de más nada. Las Farc no tienen más de quince mil hombres y nosotros medio millón de uniformados. Es preciso hacer algo para cambiar la tendencia y aplastarlos al punto de obligarles a dejar las armas. Es un diciembre triste, como casi todos. En uno asesinaron a la familia Turbay; en otro, a 29 soldados. Ahora, al gobernador. Está bien que le pidamos al Niño Dios que nos ayude a erradicar la violencia, pero si no ponemos de nuestra parte, no esperemos milagros.

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