martes, 22 de diciembre de 2009

Nueva carta sobre la mesa

Jesús Vallejo Mejía

Carta a Diego José Tobón Echeverry

Medellín, diciembre 21 de 2009

“Apreciado Diego:

Lo de Jaime Horta es un valiosísimo aporte a la celebración del bicentenario de nuestra independencia. Supongo que la publicación de su crónica dará lugar a que se manifiesten muchas inquietudes y se despierte el ánimo por investigar con serenidad ese proceso que culminó con la configuración de lo que hoy es Colombia.

Tú tienes razón acerca de los aspectos ignorados, poco estudiados e incluso desfigurados de ese momento histórico.

Por ejemplo, en lo que toca con Santander, el prejuicio ha llevado a darle a la voz santanderismo una connotación peyorativa, como si el ajuste a las fórmulas legales y al espíritu de la juridicidad no constituyesen, simple y llanamente, la civilización misma.

Algunos amigos han hecho memoria de las acusaciones sobre el manejo del empréstito tomado de los ingleses, que según investigación de José Alvear Sanín, tomó cien años en pagarse.

Hubo mil consejas al respecto, de algunas de las cuales se aprovechó Bolívar en mala hora para zaherir a su vicepresidente. Es probable que de ahí hubiese salido la información que sin el menor sentido crítico prohija Lynch en su biografía del Libertador acerca de que Santander era dado a pagar sus deudas de juego con los dineros públicos, vil calumnia que el biógrafo atribuye a un informe del ministro inglés de la época al Foreign Office.

Lo cierto es que el debate sobre el empréstito ocasionó que Zea, su negociador, muriese de pena moral, cuando la vergüenza todavía atormentaba a los colombianos de bien. De lo mismo murió José Eusebio Otálora. En cambio, a Samper el proceso 8.000 no le hizo ni cosquillas.

A propósito del primer centenario de la muerte de Santander, a quien el entonces presidente Santos profesaba merecida admiración, Laureano Gómez, que a la sazón lo combatía como jefe de la oposición conservadora, se dio a la tarea de denigrar del prócer neogranadino, acusándolo de codicioso, avaro y venal.

Es tema sobre el que hay mucha tela para cortar, pues a quienes hicieron la independencia se los premió con jugosas recompensas.

Parece cierto que Bolívar, cuyo desprendimiento en materia de lo crematístico era proverbial, como buen aristócrata nacido en la abundancia, no aprovechó para sí los premios que decretaron los congresos, si bien muchos de sus gastos personales eran costeados por el erario. Pero sus parientes, después de muerto, sí reclamaron lo que se le debía, según lo cuenta Morote en su polémico libro.

Fernando González, para justificar su admiración por Bolíivar y por Juan Vicente Gómez, escribió un libelo contra Santander en que pone en duda su valor como militar. Olvida que los toscos llaneros venezolanos lo despreciaban o envidiaban porque era hombre culto, graduado en Derecho, mientras ellos, Páez incluído, eran prácticamente analfabetas. Pero según versión que leí hace muchos años, fue Santander el de la idea de efectuar el paso de los Andes por Pisba y no por Cúcuta, como lo pensaba Bolívar. Esa audaz y temeraria maniobra de sopresa fue decisiva para el éxito de Boyacá.

Lo de las ejecuciones de Barreiro y de Sardá se inscribe dentro de la lógica implacable de la guerra. Es cosa que no se puede juzgar a la ligera y también amerita que se la examine dentro de su contexto.

Debo a mi grande y noble amigo Jorge Arango el placer de tener entre mis manos el libro de Sañudo contra Bolívar. Apenas lo estoy empezando, pero ya he tenido el gusto de reencontrarme con un viejo maestro, de quien aprendí a ser liberal, no como los de hoy, sino como los grandes. Me refiero a Luis Eduardo Nieto Caballero, el célebre Lenc, cuyo libro "¿Por qué soy liberal?" me definió políticamente en la adolescencia. Pues bien, Lenc, en su introducción al libro de Sañudo, se detiene en el análisis de la guerra a muerte y la ejecución de Piar, para llegar a una conclusión, que al modo del profesor López de Mesa, podríamos llamar un sí es no es hegeliana. Los hechos históricos, en efecto, desbordan nuestra capacidad de comprensión.

Las acusaciones sobre su participación en la conspiración de la nefanda noche septembrina no han podido ser fundamentadas por ningún historiador serio. Pero vale la pena anotar que algunos conspiradores se inspiraron en las viejas ideas legitimadoras del tiranicidio. Don Mariano Ospina Rodríguez, entre ellos, le comentó alguna vez a Don Estanislao Gómez Barrientos, su secretario y antepasado de Juan Camilo Restrepo, que para entender su participación en ese atentado habría sido necesario sufrir el peso de la bota venezolana, la misma con que hoy quiere el espadón Chávez avasallarnos.

Recomiendo vivamente la lectura del Diario de Santander en el exilio. Es un documento imprescindible para conocer su personalidad e incluso su dimensión histórica.

Para admirar a Bolívar y reconocer su legítima gloria no es necesario abajar a Santander. Si los últimos dichos de Bolívar lo muestran en su grandeza inconmensurable, la despedida de Santander no es menos ejemplar: "Ojalá hubiese amado tanto a Dios como amé a mi patria".

Patriotismo como el que vibra en el corazón de Álvaro Uribe Vélez, es lo que necesitamos hoy para enfrentar las amenazas que se ciernen sobre nosotros.

Te renuevo mis sentimientos de afecto.

Jesús Vallejo Mejía”

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