José E. Mosquera
El Mundo, Medellín
Diciembre 31 de 2009
Terminó la cumbre sobre el Cambio Climático en Copenhague y como era de esperarse su declaración final generó diversos tipos de reacciones e interpretaciones en la comunidad internacional, sobre todo porque en dicho certamen no sólo estaban en juego los intereses geopolíticos, económicos y comerciales de los gobiernos de 192 países, sino los de miles de instituciones públicas y privadas del mundo.
Por esa serie de intereses y las conocidas controversias que originan las discusiones de las políticas globales sobre el Cambio Climático y el calentamiento global y, desde luego, por la misma manera como se toman y se refrendan las decisiones en la ONU hacían imposible que todos los asistentes salieran satisfechos con el texto del acuerdo final.
No fue fácil llegar a un consenso sobre un acuerdo que, aunque no es vinculante, ni satisfactorio para todas las partes, ni para millones de habitantes del planeta, establece un fondo de 30.000 millones de dólares para que los países subdesarrollos afronten en los próximos tres años con mayor eficacia los efectos del Cambio Climático y otros 100.000 millones anuales a partir de 2020 para mitigación del calentamiento global.
Pese a los retrocesos y que el acuerdo no llenó las expectativas que esperaba la mayoría de las delegaciones y buena parte de la comunidad internacional que se han declarado decepcionados al no ser un compromiso jurídicamente vinculante y al no establecer montos globales sobre los recortes de las emisiones actuales y para el 2050, no indica que fue un rotundo fracaso. Por el contrario, marcó el comienzo de otro capítulo de un futuro proceso de negociación que será largo y complejo, pero que tendrá que darse con más celeridad y realismo en las próximas citas en Alemania y México y, por supuesto, ese es el reto que debe asumir la comunidad internacional de cara a la aprobación de un nuevo protocolo.
Indudablemente que el debate estuvo centrado en el papel que asumieron Estados Unidos y China y, por ende, Europa fue relegada a un segundo plano y por eso sus delegaciones enfilaron sus baterías contra la postura de gringos y chinos que se opusieron a un acuerdo vinculante y especialmente contra estos últimos que fueron reacios a pactar recortes obligatorios y aceptar monitoreo de sus emisiones.
El primer ministro británico, Gordon Brown, dijo que “nunca más deberíamos dejar que sólo un puñado de países tomen como rehén un acuerdo global hacia un futuro más verde” y su ministro del medio Ambiente, Ed Miliband acusó a China de haber vetado los intentos de alcanzar un acuerdo vinculante y de poner trabas al acuerdo que preveía limitar el 50% de las emisiones globales para el 2050 y el 80 % en el caso de los países industrializados.
Igualmente, la canciller alemana Ángela Merkel, el presidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero y el presidente francés Nicolás Sarkozy se sumaron a la críticas, pero el mandatario galo fue más allá al señalar que “el texto no fue prefecto pero China no puede considerar que la transparencia compromete la soberanía”.
Los principales gobernantes europeos fustigaron el papel de gringos y chinos para ocultar sus rivalidades internas. De manera que lo que se reflejó en los arduos debates en torno a la posición de China fue sin dudas el creciente poder que tiene como potencia. En efecto, tanto Estados Unidos como China se salieron con la suya al definir un compromiso de conformidad con sus intereses y por eso para el gobierno chino la cumbre produjo “resultados positivos y significativos”, mientras que para la administración de Obama fue “un gran paso hacia adelante”.
Otros tres grandes protagonistas fueron Brasil, India y Sudáfrica. En el caso de Brasil jugó un papel trascendental que lo posiciona aún más dentro de los grandes actores de la política internacional, pero en contrate de ese papel tan importante que desempeñó la diplomacia carioca por la manera responsable como el gobierno del presidente Lula afrontó las discusiones, el gran oso en cuanto a las delegaciones del hemisferio corrió por parte de los presidentes de Venezuela Hugo Chávez y de Bolivia, Evo Morales, quienes acolitados por las delegaciones de Cuba y Nicaragua, pretendieron de manera demagógica y folklórica llevar las discusiones al plano ideológico pero salieron trasquilados.
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